TEtl gran maestro de la puesta en escena Miguel Narros se fue este año a ocupar un lugar imperecedero en el Parnaso de Melpómene y Talía. Y Concha Velasco lo trajo a la memoria en la función como si desde aquella mítica morada la hubiese iluminado. Y como si hubiese dejado categóricamente su heredad teatral a José Carlos Plaza , uno de sus pupilos más brillantes que actualmente también es un veterano en Mérida (aún recuerdo, en la década de los 60, el éxito de su primer e innovador montaje: 'Proceso por la muerte de un burro', de Dürrenmatt , con alumnos del T.E.M., escuela que compartía Narros con otro gran mentor también fallecido, William Layton ). Esto hay que entenderlo, porque el hoy maestro Plaza cada vez que ha estrenado en el espacio romano -siete obras con mucho del estilo de Narros/Layton- ha logrado superar siempre su anterior espectáculo. Lo demuestra, una vez más, con esta Hécuba , coproducción del Festival y Pentación Espectáculos.

Hécuba que por su argumento semeja tanto a Las Troyanas (que impecablemente montó hace pocos años Mario Gas ), se cuenta entre las más bellas obras de Eurípides sobre la guerra de Troya. Aunque carente de unidad de acción, los dos asuntos de la tragedia, el sacrificio de Polixena y la venganza sobre Polimestor, quedan armoniosamente unidos en la persona de Hécuba, sucediéndose el uno al otro en un crescendo de desgracias, que hacen de la madre infeliz una furia vindicativa desprovista de esa femenina humanidad con la que describió Homero.

Juan Mayorga , hace una excelente adaptación sabiendo recortar lo que la espesa tragedia tiene de caduco, enfatizando con la riqueza del lenguaje de hoy la vitalidad y fuerza implícita en la teatralidad clásica del autor griego. Logra, asimismo, la traslación del mensaje universal del conflicto -que admite con pleno sentido las pasiones extremas- a nuestro mundo actual, de manera que el espectador pueda participar de la sensibilización sobre el desastre que supone cualquier guerra y sus horrorosas secuelas.

Pero esta Hécuba destaca por la magistral puesta en escena de Plaza que logra un hermoso dispositivo escénico en el que juegan prodigiosamente los elementos dramáticos con depurada ambientación catártica: la impresionante escenografía de las ruinas de la guerra en consonancia con las ruinas del monumento romano, la intensidad de la luminotécnia emitiendo rutilantes halos de luz y humo, la sugerente música, los rigurosos vestuarios y la gran solvencia de los actores, magníficamente dirigidos (sobre todo a la actriz protagonista) que en su conjunto logran sintetizar lo mejor de sus movimientos, gestos y declamación con vitalidad dramática. El director, además, maneja muy bien esa atmósfera de tragedia de lo sobrenatural, de esas influencias sensibles aunque invisibles, que pesan sobre los destinos de unos personajes que se mueven en una dimensión casi cósmica. Son los espectros (que tanto influirían después en las tragedias de Shakespeare ).

En la interpretación, vimos a una sensacional Concha Velasco (Hécuba), majestuosa e impávida, que llena de resplandor dramático la escena mostrando la catarsis de su sufrimiento con esa inquebrantable decisión de erigirse a un tiempo en acusador, juez y verdugo de sus desgracias, que estrujan y conmueven. Y que traspasan los siglos llegando hasta hoy. Junto a la actriz, arropándola teatralmente en sus querellas, destacan también -superando sus personajes poliédricos- dos veteranos de la escena romana: José Pedro Carrión (Ulises), magnífico actor, con autoridad escénica y la energía de su voz en todos los registros; y Juan Gea (Agamenón), que muestra su buen oficio dominando perfectamente los resortes dramáticos en esa atmósfera sombría de la tragedia. Igualmente, resulta seductor las simultáneas voces y canto de un singular coro -compuesto por Denise Perdikidis , Marta de la Aldea y Zaira Montes - que contribuyen a subrayar la emoción trágica.