Cuando estoy inquieto o preocupado, nunca triste, me pongo a escuchar a Furriones y, entonces, me recompongo, me vengo arriba, me reconcilio con el mundo y, a veces, me acerco a Dios que es lo más sublime que un católico, y cualquiera, puede hacer en esta tierra. Y eso que el góspel debe ser de los pocos sones que Furriones todavía no ha tocado. ¡Cómo suenan estos extremeños que elevan la música a categoría de unión, inspiración, encuentro y salud! Sí, salud. La música sana. Bueno, también motiva y, en estos momentos terribles, eleva espiritualmente. Como suena. Que, por cierto, suena muy bien (ya lo dije).

Volví a verlos de nuevo la otra noche en Mérida en Los Milagros (no pienso poner marco incomparable) y caramba con esas vibraciones alegres que transmitieron, ¿será eso magia o poesía? No sé qué será, será, pero yo también, como el canto, me sentí ligero, y si tuviera alas me hubiera elevado del suelo (y eso que paso de los 100) como si también sintiera su mano tibia correr despacio sobre mi piel olvidando reproches que imaginé. Lo escribo porque de sus versiones es una de mis favoritas; esa y la de ‘Hoy’ porque tengo marcado en el pecho una fe que madura que va conmigo y me cura desde que os conocí... A esas les pueden añadir el ‘Si me das a elegir’ que cantaron con Aurora Samino, todo un descubrimiento, oíganla.

Se deben de llevar bien estos Furriones porque, de lo contrario, no sonarían tan estupendamente, por no decir del trabajo que sus actuaciones llevan detrás y por delante. Y lo digo desde el corazón que me hace descubrir los secretos de la buena música porque tener, tiendo a tener menos oído que un topo de escayola y me confundo entre armonías, tonos y acordes; ahora, entre nota y ruido distingo, por eso sé que Furriones logran el milagro de que un tono menor no suene triste sino farra y que sus sonidos vayan mucho más allá de las versiones de cumbias, boleros y jotas extremeñas, por citar algo. Olé vuestros sones, Furriones, por no decir otra cosa... Ya me entendéis.