Tengo un buen amigo que es médico, aunque con los virus que están cayendo mejor sería decir que tengo un buen médico que es amigo mío. Además es mi médico de cabecera, más certera acepción que médico de centro de salud; bueno, de cabecera, de cuerpo, de extremidades y de… sí, también de eso.

Antonio es médico de cercanía que practica medicina de proximidad amparándose en el viejo aserto de que el roce hace el cariño, transformado en que el trato da el conocimiento. Mi médico amigo cura hablándote, escuchándote y aplicando sus conocimientos. Y también trata, que a su consulta solo le falta un sofá para estar cómodo y una varita mágica (en vez del palito de polo que te meten en la boca previo a la arcada) porque a veces no se sabe si es medicina o magia; Hipócrates o Houdini.

Es un médico de cercanía en esta cuaresma cuarental a distancia, yo en casa y él trabajando, tanto va, tanto atiende y tan ímprobo es el esfuerzo que sus compañeros y él están haciendo que estoy deseando que se acabe esto y llegue el corona chao para hacerle un tsunami (hacerle la ola me parece poco) pues unos aplausos y vivas (la madre que os parió) no compensan los desvelos de un sector que está dando la talla excepcionalmente en mi Mérida (lo más cercano que tengo).

Mi reconocimiento a los profesionales de la medicina, mujeres y hombres que se están dejando la piel (y la vida) de una manera impresionante por nosotros, demostrando que en las dificultades asoma en muchos lo mejor de la condición humana. Y cuando digo medicina incluyo a todas las batas de colores: enfermeras, auxiliares, cocina, celadores, limpieza; esos sí que son héroes a los que reconozco hasta la emoción cuando veo la planta de traumatología del Hospital de Mérida, de la que he sido asiduo, y cuyas imágenes valen más que mil palabras y miles de vidas. Sí, viva la madre que os parió.