Discrepo de la tesis de Pelín que aboga por la desaparición de los pardillos, una especie de ave pequeña huésped de los sembrados y matorrales de mi infancia ahora escasa de ver y cuya ausencia es pérdida irreparable pues se une a la disminución de las mariposas, la desaparición del asno de Buridán, los elefantes de Aníbal y de San Luis, la jubilación del pato Donald (Trump es otro que tal), el extravío de Milú el fox terrier de Tintín y la conversión en atracción infantil del ratón Mickey.

Sostiene Pelín que ya había pardillos en el Arca de Noé que, como pájaro gregario y discreto no tiene parangón pues, a juzgar por las apariencias, el pardillo era inocuo: piquito corto, plumaje ocre con pecho rosado, cabeza gris... pajarillo pardo que ha dejado su nido seco y vacío al parecer porque no soporta los ruidos urbanos (yo, tampoco). Solo en época de celo se coloreaba con una transformación en carmín y rojo que seguro que tenía una razón de ser, además de la elemental de impresionar a la hembra. Todo en la naturaleza tiene un porqué, no siempre las rosas huelen ni los pájaros aparentan igual.

Ninguna forma es ajena a la madre de todas las formas, la naturaleza, cuya fauna y flora parece estar ahora en equilibrio inestable y esa anomalía no anuncia nada bueno. Pues ya no quedan pardillos y de las tres plumas (jilgueros, pardillos y verderones) los pardillos se están dando de baja por su inocencia, no ven el peligro, ante la versatilidad de los jilgueros y la rapidez de los verderones. El pardillo era tan discreto que nunca molestaba, a diferencia de los vencejos que estaban siempre fastidiando, y ahora caigo en que ser pardillo no es tan peyorativo como la frase daba a entender pues hay actitudes humanas miméticas en cuanto al candor juzgando las cosas. ¡Si seremos pardillos cuando oímos con inocencia, sin temor ni sobresalto, promesas, anuncios y ofertas electorales de otros pájaros más listos que nosotros!