La jubilación sacerdotal en estos momentos de falta de vocaciones es algo que no se explica. Es normal una jubilación por enfermedad, caso del sacerdote emeritense Juan Fernández. Mañana, el pueblo de La Zarza despide a Vicente Cortés, que cumple los 75 años y está en un estado inmejorable, un cura ejemplar que llegó con vocación tardía, trabajaba en una farmacia y ha pasado casi toda su labor sacerdotal en esta población, que le quiere por su completa dedicación.

En breve jubilarán al propio arzobispo, Monseñor Antonio Montero, que ha demostrado una capacidad intelectual poco común. Y, con todos los respetos, al Papa se le tiene entre gasas, sin poder terminar sus discursos como ha ocurrido en su última visita a Eslovaquia y nadie ha pensado en jubilarlo. Es norma de la Iglesia.

Antes, los sacerdotes terminaban su labor pastoral hasta que otro compañero le acompañaba al camposanto. Por este camino nos quedaremos sin sacerdotes y sentiremos que una orden, de donde haya salido, que jubila a un colectivo, que con esa edad muchos tiene todavía bastante que decir.

Sin que nadie se ofenda, un sacerdote tiene un trabajo, por lo menos por estos lares, cuyo esfuerzo no le repercute en la columna vertebral y puede tener una mayor vida laboral con sus feligreses. Misa, bien por la mañana o por la tarde, lo del rosario ya no se hace, y, antes tampoco, no faltan a los bautizos, primeras comuniones una vez al año, bodas y entierros. Las clásicas novenas y visitar a los enfermos.

Hay sacerdotes que tienen que recorrer varios pueblos a su mandato por falta de vocaciones; esto lo hacen lo más jóvenes. Hay pueblos en donde un solo sacerdote se ocupa de toda la feligresía y le sobra tiempo. De ahí que no se entienda la jubilación, siempre que no se pida por alguna circunstancia especial.

Todos tienen derecho al descanso, pero hay trabajos que pueden tener una mayor vida laboral.