--¿Qué balance hace de la XXXII Feria del Libro, que finalizó ayer?

--Ha flojeado un poco con respecto al año pasado. Puede haber influido el tiempo, que ha llovido algo y siempre reprime a la gente para salir, pero otras veces también ha pasado lo contrario, que comenzaba la temporada de baño en Proserpina, por ejemplo. Lo cierto es que ha habido menos afluencia y menos compras, lo que puede estar relacionado con la situación económica y quizá también con cierto vacío de contenido, porque parece que ha habido menos gancho, menos difusión. He sondeado a los compañeros y, en general, hemos vendido menos que el año pasado, pero también es cierto que ha habido días buenos, como el sábado, y que la venta no es la prioridad absoluta, sino que la gente se acerque a la lectura y la literatura.

--Más allá del certamen, ¿cuál es la situación del sector?

--La librería, como un comercio más, está sufriendo una situación económica complicada, de disminución del consumo. Pero la verdad es que los libros lo tienen todavía más difícil, porque cada vez hay más puntos de venta que no son librerías y tenemos ese problema añadido; ya venden libros hasta los colegios. Ahí tenemos abierta una lucha, a ver si somos capaces de conseguir algo.

--¿En qué consiste esa competencia de los centros educativos?

--Cada vez hay más colegios que venden sus libros de texto y libros de lectura. Es algo que clama al cielo que se permita..

--Pero no solo ocurre en Mérida.

--No, ocurre en todo el país, pero nosotros buscamos cumplir la parte que nos toca y luchar por defender lo nuestro.

--¿Qué medidas está tomando?

--Hemos denunciado a diferentes organismos cada práctica que consideramos que no es justa o es ilegal. Estamos esperando poder entrevistarnos con altos cargos tanto de comercio como de educación, para poder plantear este problema. A cualquiera de los libreros nos cuesta mucho dinero tener la tienda abierta, o cerrada, porque hay que pagar de todas formas. Y además el Estado se beneficia de ello a través de seguros sociales, impuestos, y también dinamizamos la economía con sectores relacionados, como el transporte. Sin embargo cuando un colegio, que recibe el dinero del Estado, donde los sueldos de los profesores son pagados por el Estado, venden me da igual que chándales, caramelos o libros, sin pagar impuestos.

--¿Son colegios públicos o concertados?

--Hasta ahora, concertados. Y se han dado prácticas poco nobles, como presionar al alumno, o a los padres del alumno, para que compre allí. Con diferentes mecanismo, como no dar el listado de los libros, no aclarar los códigos...

--También está la competencia de las grandes superficies.

--Exacto, los supermercados o grandes superficies se llevan la parte grande de la tarta: no dan los servicios de librería que nosotros damos, solo venden el libro que se lleva en ese momento, el best-seller . Hay una regla, el 20-80, que se traduce en que el 20% de los libros acapara el 80% de la facturación, entonces aquí tú puedes poner un kiosco y con 10 libros acceder al 80% de lo que se vende, o incluso más. Eso perjudica a las librerías y también al libro, que haya puntos de venta donde se ofrezca la obra que toca, el Ken Follet o el Dan Brown ahora, sin ofrecer nada más. Eso nos quita mucha venta, oxígeno, pero no ofrece ningún servicio de librería. Cuando alguien necesita un libro, viene a la librería y pretende que lo tengamos todo, rápido, sin costes... Pero la gran venta se la llevan otros.

--Pese a las dificultades, la última librería que echó el cierre en Mérida lo hizo hace dos años y desde entonces se ha abierto alguna papelería. ¿Están logrando aguantar?

--Es cierto que ha abierto algún establecimiento, más bien como papelería, y las causas de sus aperturas pueden ser diversas, pero el negocio no se está manteniendo. La sensación no es que nos estemos haciendo fuertes. Decía Nietzsche que "lo que no te mata, te ha hace más fuerte", pero a nosotros nos está matando. Esto y otras cosas, como el libro electrónico, que también va haciendo daño. Somos un sector con muchos problemas y creo que la mayoría vienen porque no hay una sensibilidad social ni por parte de las autoridades sobre las librerías. Antes se consideraban un bien cultural, yo creo que lo son y que hay que defenderlas. Pienso que hacemos una labor muy importante, equiparable a la de las bibliotecas. En cuanto a la promoción de la cultura, creo que hacemos cosas muy importantes en cuanto a actividades, consejos, dirección. De las cosas que más orgulloso estoy es de tener lectores que me piden consejo y hacen un camino de lectura sobre mis recomendaciones, y me consta que hay compañeros míos que también lo hacen.

--¿Qué tipo de actividades se están haciendo en las librerías emeritenses?

--Hay clubes de de lectura, talleres... Es verdad que podrían ser más, pero es difícil por la falta de tiempo. El horario es muy sacrificado. El libro es muy complicado, recibimos muchos más ejemplares de los que se venden, lo que genera mucho trabajo. Pero creo que las librerías son importantes. Hubo una época en que eso se tuvo muy en cuenta y se ha perdido. Y no parece muy justo que el gran pastel se lo lleve otra gente, el de los best-sellers las grandes superficies y el de los libros de texto, los colegios, y encima a nosotros se nos exige, por ejemplo, tener los libros raros. Creo que no está compensado.