Han pasado muchos años desde que Juan Carlos Rodríguez Ibarra fuera nombrado presidente de la Junta de Extremadura. Desde entonces intento hacerle una entrevista a su mujer Leonor Godoy. Me lo dijo y lo ha cumplido: si hago alguna entrevista el primero serás tú. Nadie la ha entrevistado. Yo tampoco. Pero estaba el primero en la lista. Todavía puede ser, hasta el 27 de mayo hay tiempo.

Vivía con sus padres y hermanos en la barriada de la República Argentina en el número 8, mis padres en el 6, es decir, hemos sido vecinos y amigos desde que era pequeñita. A mi hermana Gloria le encantaba ir a ver a su madre Doña Eufemia y estar con ella.

Me contó que un día Juan Carlos tuvo un pequeño accidente en Sevilla dándole a un coche de un ciudadano marroquí. No entendía a razones y el presidente le daba las explicaciones oportunas y los papeles del seguro. Nada. Hasta que llegó la policía y ante tanta algarabía tuvo que identificarse. Todo comenzó a arreglarse y se agilizaron los trámites. No llevaba escolta. Desde entonces no le dejan. Le acompañaron hasta el límite de la provincia de Sevilla y se ofrecieron a llegar a Mérida. No quiso. A la altura de Fuente de Cantos se le subió el capó y agarrándose al volante con fuerza dijo: ¡Dios mío, Dios mío!. Y es que, decía Leonor, cuando llega el momento nos acordamos de la corte celestial rápido.

Le deseamos lo mejor. Se lo merece y ahora podrá disfrutar de su marido más que nunca y podrá pasear sin agobios de miradas, escoltas y de los moscones de palmada en la espalda. Leonor se lo merece.