El otoño ha llegado con buen pie. Hemos pasado el veranillo del membrillo recordando los quince primeros días del pasado mes de agosto, en el que se acabaron de las tiendas los aparatos de aire acondicionado, ventiladores y las bolsitas de hielos en los establecimientos y gasolineras.

Las lluvias por el día de San Miguel siempre han sido beneficiosas. El mayor cuidado debe estar en las carreteras, por el barrillo y el polvo del verano que se forma. Las primeras gotas hacen que el asfalto se convierta en pistas de patinaje automovilístico, con accidentes mortales incluidos. Ocurren todos los años, y siempre se dice lo mismo y siempre pasa lo mismo.

Las lluvias, al margen de los beneficios que darán a la agricultura, limpian las calles, todas; purifican la atmósfera y descubren las deficiencias urbanísticas cuando las obras se han hecho con prisas o las viviendas no llevan el material adecuado en su construcción.

Una gotera puede ser un trauma para muchos y dos goteras una tragedia.

Dicen que el agua siempre busca su lugar y, en Mérida, le hemos arrebatado a los arroyos y riachuelos sus zonas, su pase natural, y el día menos pensado nos dará un disgusto, porque el agua, es verdad, cuando dice que lo suyo es suyo, se apropia sin avisar, y dando disgustos muy grandes.

La zona de la barriada de La Antigua sabe bien de esas inundaciones periódicas. La barriada de las Abadías también y hay arroyos que ahora lo ocupan viviendas unifamiliares, con grandes tubos, pero cuando el tubo sea insuficiente para que pase todo el agua, ya veremos que es lo que ocurre.

El esfuerzo que se ha hecho con el río Albarregas es tal que evitará una catástrofe, como ha podido ocurrir en múltiples ocasiones.

Esa es una buena obra. No sólo no se le ha arrebatado nada, sino que su cauce se ha ensanchado, le han dado mas margen y al aumentar su caudal puede transcurrir sin tanto agobio. Hay obras que pueden llevarse todas las frases laudatorias y otras que son de angustiosa espera.