Subía desde casa al Romano cantando aquello de «Qué bonito es...» y viendo entre vendaval, lluvia, noche y frío a los tan tan tan valientes que íbamos a ver el partido de nuestro equipo frente a La Nucía, localidad que hasta ese momento nadie sabía que existía (y después tampoco), y pasmándome de la muy muy muy valiente esperanza de los 800 fieles aficionados que arrostrábamos la delicada (por decir algo) situación del equipo de nuestros colores.Estaba claro que nos había mirado un tuerto, que es una de las peores maldiciones (el diablo debe ser tuerto) porque el catálogo de desgracias de este equipo sobrepasa lo imaginable. Mejor no las detallo. Por si fuera poco, yo me he quedado sin puros. Como para no ir al campo esa noche y, sin embargo, los fieles fuimos entre el morbo y la depresión porque a nosotros cuando nos sacuden en vez de cabrearnos nos deprimimos, por mucho que nos digan que las derrotas, como las frustraciones, son oportunidades para aprender.

Llegué sin prisas, la vida es demasiado corta como para ir corriendo, y exhalando olor a oveja porque llevaba lana desde los calzoncillos hasta la calva, es lo que tenemos los jubilados frioleros. Parecía que el partido iba a empezar bien hasta que empezó. Entonces va y salimos con el campo y el viento en contra de tal manera que los balones que Javi Sánchez enviaba se elevaban, se elevaban, y volvían rápidos hacía atrás. Pero ese sinsabor lo compensaba el esfuerzo, ahínco y motivación de los jugadores que estaban haciendo el mejor partido de la temporada pese a las inclemencias o precisamente por ellas. Así estábamos cuando en el minuto 38 los de La Nucía llegan por primera vez al área, trastabilla el delantero con el inocente defensa emeritense, penalti, gol y 0-1. ¡El tuerto haciendo de las suyas! Cinco minutos después el mismo ojitranco extiende su mano y empieza a mecer una de las torretas de tribuna. Se para el partido y se suspende el encuentro. El perro flaco campaba a sus anchas por el Romano. Y digo yo: ¿El que avisó de la torreta no pudo hacerlo cinco minutos antes? Señor, Señor, ¡qué cruz!