En política, en empresas y en la propia vida cotidiana se suelen dar con relativa frecuencia. No han sido nada y después de pasar por la fase de aprendizaje gatopardero, medrar todo lo posible y babosear los entorno que le pudieran favorecer, llegan a un alto cargo y son inaguantables. Personas que no lograron nada en su vida, menos aprobar unas oposiciones, y no hacen nada por nadie como no sea por ellos mismos.

En cierta ocasión comentaba un alto cargo de la Junta de Extremadura que qué alegría se les veía en la cara cuando les daba un buen cargo y que mala leche se le ponía cuando lo sustituían. Naturalmente sólo le pasa a estos elementos de poca monta. Pensaban que era el cargo para toda la vida.

Ocurre en todos los partidos políticos y en todas las empresas; se le da un cargo al más déspota y será el más negrero para sus propios compañeros de trabajo.

Lo curioso es que estos personajes, que han estado en puesto de poca monta, cuando suben te miran por encima del hombro, te saludan como perdonándote la vida o no te saludan. Se les debería mandar a su puesto de origen porque sólo hacen daño, entorpecen la convivencia de su entorno y únicamente miran, de reojo, porque no pueden mirar de otra forma, y esperan acontecimientos agazapados para obtener, en lo posible, más beneficios a costa del que sea. Se llevan por delante a compañeros sin importarle lo más mínimo. Les llega su hora. Siempre.

Los mediocres pasan una temporada en las nubes y al final besan el barro, de donde salieron y que no debieron abandonar.