Yendo andando con Palmerín para la EFA a la altura de las ruinas de Araya nos topamos con un meloncillo que cruzaba tranquilamente el sendero, al vernos dio media vuelta y se metió en el Guadiana (ni tiempo le dio a José Luis para hacerle una foto); al principio pensé que era una nutria, algunas se ven por la presa de Alange, pero ¡quiá!, era ese ‘joputa’ carnívoro que arrambla con todo lo que encuentra: si es en el agua, patos, aves y carroña flotante; si es fuera se atreve con serpientes, culebras, conejos (liebres quedan pocas y corren más), insectos y lo que caiga. Nada que se pueda morder le es ajeno. Y pobres de los huevos de cualquier especie que olfatee su morro. Pero de lo que haga este bicharraquino la culpa es nuestra; no suya de usted o mía, sino de quien lo introdujo pues el meloncillo o mangosta egipcia (ahí quería yo llegar) no vino nadando desde el Nilo, Mediterráneo arriba. Alguien lo trajo a Extremadura: ¡Tendría poca gracia que fuera el mismo que el del camalote!

Lo digo porque hace décadas fueron detectados meloncillos por la sierra de las Cruces de Don Benito y, desde allí hasta la presa de Montijo lo van jodiendo todo. Un tipo (o tipa) lo introdujo aquí y no parecen dispuestos a irse. Alguien con más horas de campo que yo me podría argumentar que más dañinos son los zorros, pero el zorro, ¡no se puede comparar, por favor! lleva aquí miles de años; forma parte de nuestra cultura, está en la Biblia, en cuentos, fabulas e historias. El zorro es astuto y la zorra, pues eso, la zorra es oficio antiguo (en realidad el oficio más antiguo del mundo es el de la serpiente, traicionera, embaucadora y demoniaca); a lo más que llegó el meloncillo es a unos rituales en Egipto.

Conclusión: el hombre trajo al meloncillo y la naturaleza, que no perdona, lo diseminó. Lo dice el Papa Francisco: Dios persona siempre, nosotros a veces, la naturaleza nunca. Pues eso, no seamos meloncillos.