América se descubrió hace más de quinientos años. Y los emeritenses ya llevábamos otros mil quinientos por esos mundos de Dios. Ahora, después de estar en Primera División dos veces, ser campeón en Segunda otras dos y por desgracia desaparecer, viene desde Zaragoza un grupo de empresarios a salvar a otro Mérida, que es primo hermano del anterior.

Ni Agustina de Aragón, con todos sus redaños, hubiera podido lograr la hazaña de salvar un club que está en estado crítico. Mis compañeros José Antonio Reina y Felipe Quiñones se están llevando unos sofocones que no merece la pena. Con los que me llevé siendo jefe de prensa del club en Primera División, ya es bastante. Y, a la larga, lo he pagado. Tranquilos. Un milagro es la única solución. Y los milagros no vienen así como así. Se podía hacer una petición a algún santo deportivo, pero los futbolistas, que sepamos, no tienen ni patrón. ¿A quién se van a encomendar?

Hay por estos lugares, si no un santo, si un buen curandero. De los que ya han demostrado sus habilidades futbolísticas, que se llama Pepe Fouto. Se ha brindado a través de su hijo y no ha podido ser. Pepe le hubiera puesto alguna cataplasma, una ventosa, algún potingue o brevaje para salir adelante. Ya lo intentó el entrenador Fabri con una sartén con hierbajos de su tierra gallega y sólo consiguió quemar el césped del estadio y poco más.

El nuevo presidente, Saturnino Martínez, no sabe dónde se ha metido y se irá. Y, si la corte celestial no baja para remediarlo, estaremos jugando con el Imperio C. P. la próxima temporada. Un club amateur que, con la política llevada a cabo por Antonio Calvo, ha demostrado que sabe más de pisos y de fútbol que los maños, que son buena gente. Pero aquí en Mérida hace más de dos mil años que descubrimos cómo tenemos que salir de nuestros problemas sin ayudas foráneas.