Las tascas siempre han sido un buen referente en nuestra ciudad y las hemos tenido con cierto sabor, no sólo a vino, sino a convivencia, amistad y charla diaria entre los contertulianos que diariamente iban a tomar su botellita de vino. En Mérida le llamaban pistola , y de aperitivo algún altramuz, un poco de bacalao que alguien siempre llevaba del comercio de la esquina y en algún puntual caso un conejo que preparaba algún buen aprendiz de la cocina que hacía las delicias de la concurrencia.

Las tascas en Mérida han ido desapareciendo y se recuerdan con cierta nostalgia. Se ha perdido esa charla de vaso de vino, esa tertulia ante una mesa y una botella de vino, vino que se hacía en la propia taberna o se traía de otra cercana. Las más conocidas fueron la Casa el Ceja en la calle Suárez Somomte, qué buenas aceitunas tanto machadas, ralladas y de año tenía; la taberna en la calle San José con vino de Claudio Domínguez enfrente del Bar La Peña de Eusebio Valvárce en la calle san José; Casa Mora en la calle Morería, que olía a calamares fritos mucho antes de llegar y los soldados tenían un buen lugar para tomar un bocadillo y un jarra de cerveza; el bar la Oficina en las Cuatro Esquinas que ha cerrado hace poco y otras tascas que recordamos en el II tomo de los Viejos Escenarios Emeritenses.

EL BOTERO Modesto Fernández Asensio El Botero era de Torres de Don Miguel, un pueblecito de la Sierra de Gata. Nació en 1896 y se casó con Juliana Pérez Sánchez, del mismo pueblo en 1921. Tras la boda, nos cuenta su hijo Alejo Fernández, profesor ya jubilado, catedrático de Matemáticas en el Instituto Santa Eulalia, que partieron para Mérida, donde se instalaron para siempre. Tuvieron seis hijos y sobrevivieron tres: Alejo, Justo y Vicenta.

Modesto se dedicaba al negocio de la Botería . Compraba y vendía pieles de cabra con que hacían las vasijas para el transporte de aceite y vino. Fabricaba también botas de vino. Fue situándose y tuvo que ampliar el negocio con varios animales: caballos, mulos, burros y un carro para el transporte de las pieles. El trabajo de Modesto era de sol a sol, no sólo él sino sus empleados. Eran épocas donde el trabajo escaseaba y tener algo para poder comer era ya un privilegio. Muchos empleados vivían y dormían en la propia tienda donde trabajaban. La Puerta de la Villa en los años treinta era lugar de concentración de los obreros.

Al atardecer llegaban los manijeros --capataces de los trabajadores agrícolas--, elegían a los que le parecía oportuno y los demás a esperar otro día. De ahí que los que por desgracia no trabajaban terminaban en la taberna tomando una botella de vino con los otros compañeros para mitigar sus penas y los que trabajaban llegaban al atardecer a dar cuenta de un pellizco de lo que habían ganado. En la madrugada también se concentraban para ser contratados.

La tasca El Botero era de las más conocidas de la ciudad. Buen vino. Buen trato y tiempo para tomar tranquilo una botella de vino que, en ocasiones, era todo un lujo. Se abre esta bodega y tasca en abril de 1941 cuando Modesto Fernández El Botero compra una bodeguita de 48 metros cuadrados en la calle teniente Coronel Yagüe 70, frente a la gasolinera y muy cerca del Hornito de Santa Eulalia. Dos años después se amplia la bodega, que se une a la casa número 20 de la calle de San Juan con 70 metros entre los dos pisos. Costó 4.000 pesetas y la otra 2.800. Este año de 1941 Modesto comienza a pisar la uva y hacer vino artesanal. Buen vino.