Un 19 de diciembre del año 2013 abrió sus puertas en Mérida el comedor social Beato Cristóbal de Santa Catalina, en la hostería del antiguo matadero, bajo la tutela de las religiosas Hospitalarias de Jesús Nazareno, que también se encargan del centro Padre Cristóbal de acogida a personas sin hogar. Cuando se puso en marcha este comedor, se repartían 35 comidas diarias y no había cenas, ya que este servicio no se implementó hasta el 2014. Durante los años de mayor incidencia de la crisis económica, el centro llegó a cubrir las necesidades de 90 personas con dificultades económicas y asistenciales. A día de hoy, el número de usuarios ha descendido drásticamente y solo se reparten unos 25 menús diarios.

«Las plazas no están cubiertas y no tenemos problemas de espacio, lo que nos importa es poder atender a quien lo necesite», sostiene la trabajadora social del comedor, África Reseco. El acceso a este servicio se valora en función de las necesidades personales de cada usuario, ya que «no se trata solo de una cuestión económica, sino de ayudar a personas que tengan otro tipo de carencias». «El perfil de los usuarios es bastante heterogéneo porque hay personas con problemas de adicción, de salud mental, con pensiones de 430 euros que viven de alquiler y les resulta imposible llevar una vida digna con ese dinero o que están en situación irregular en España y pendientes de regularización», explica Reseco.

Además de los menús que se reparten de lunes a viernes, el comedor social dispone de un servicio de ropero para los usuarios habituales del centro, así como para cualquier persona que necesite hacer uso de esta prestación. «El ropero funciona gracias a la ropa que dona la gente, que es muchísima, y a las voluntarias que vienen tres días a la semana para ordenarla», destaca la profesional. Asimismo, se ofrece un servicio de ducha gratuita que suelen utilizar semanalmente unas diez personas, a quienes se les facilitan todos los productos de higiene personal que necesiten y se les da ropa limpia.

Aparte de estos servicios, en este comedor emeritense también realizan talleres formativos para favorecer la autonomía personal de los usuarios, ya que «son muy dependientes de las instituciones y nuestro objetivo también es empoderarlos y favorecer su autonomía en la medida que nos dejen». La trabajadora social señala que también fomentan el ocio con actividades dirigidas a la población en general. «La soledad, el aislamiento y la exclusión son problemas muy importantes, no solo el económico», apunta.

El comedor social puede llevar a cabo esta encomiable labor gracias a los 43 voluntarios y a las ayudas económicas que recibe de las aportaciones que realizan sus socios y de las donaciones de empresas y particulares. «Estamos totalmente agradecidos a los voluntarios porque son muy entregados y constantes, ya que en su mayoría llevan en el comedor desde que abrió», señala Reseco.

Juan Alameda es voluntario del comedor social desde su apertura y acude todos los días para encargarse de la parte administrativa del centro. «Soy voluntario desde hace 21 años cuando se abrió el centro de acogida para personas sin hogar y en el comedor estoy desde que abrió hace seis años. Me encuentro satisfecho al máximo con esta labor porque esto me da vida», destaca el voluntario emeritense.