Los nacimientos ya vienen hechos a la medida del consumidor. Sólo hay que colocarlos en la mesa. La creatividad ha desaparecido. En ciertos casos el Belén se ha sustituido por el árbol de Navidad y los Reyes Magos por Papá Noé.

Han desaparecido aquellos nacimientos donde todo era posible. De la fragua, el moco -escoria del hierro-, que nos servía para hacer las montañas; musgo, planta criptógramas, que crecen formando masas aterciopeladas en lugares sombríos y húmedos sobre las piedras y troncos de árboles que se empleaban como suelo de hierba donde se colocaban las figuritas del nacimiento; serrín, conjunto de partículas que se desprende al serrar la madera, la aprovechábamos para hacer el camino; los cristales rotos o el papel de plata de las envolturas del chocolate que valía para hacer el río o un lago; y utilizábamos trozos de corcho para terminar alguna montaña, piedras rodadas del río para algún montículo y las más pequeñas con algo de arena para las orillas de los ríos que lo completábamos con algunas retamas de jara, tomillo o romero.

Paja para la puerta de alguna casita, donde pastaba el ganado. Palos pequeños que también pedíamos en las carpinterías para confeccionar un corral donde poner ovejas, gallinas, gallos y algún cerdito sin faltar el burro cargado de leña, cuyos haces también confeccionábamos. En las zapaterías pedíamos pequeños trozos de cuero para unirlo con la madera para hacer el puente.

Cartones para tapar huecos. Todo, absolutamente todo, era creatividad. Después, al final, venían la distribución de las figuritas, el portal de Belén y la estrella de oriente, que tenía un lugar destacado para que los Reyes Magos la vieran y la siguieran, se solía colocar en lo alto del portal. Este año lo he hecho con mis nietos. Pero faltan muchas cosas de las que yo empleaba de pequeño. Una pena. Se va perdiendo el sentido, el verdadero sentido del nacimiento artesanal.