De Gerard Piqué tengo la imagen de buen futbolista, responsable profesional y ágil conversador… cuando habla de fútbol. Si se manifiesta sobre independencias y otras historias del reino de Aragón (sí, Aragón) su opinión personal no me influye, pues intento distinguir perfecto lo negro de lo blanco; pero no estar de acuerdo con sus opiniones no cambia mi imagen de buen futbolista por mucho, o poco, que hable de otras cosas.

Y digo Piqué pudiendo decir Almodóvar o Sabina o, lejos en el tiempo y en los afectos, Picasso (que era un capullo). Es decir, la opinión personal de estos personajes modifica poco su arte, literario, cinematográfico o vaya usted a saber. Es compatible ser un genio y contradictorio simultáneamente; incluso se puede ser inteligente e hijoputa (por resumir), ejemplos destacados hay en la historia a miles, aunque en estos casos no se puede ni debe ser neutral.

Este mes de agosto ha pasado y cantado por España un mito de mi juventud, Joan Báez, que va para los 79 años y aún mantiene el halo de misterio, encanto y hasta cierto punto su voz tan tierna de hace 50 años. Cantar canta sobre el escenario, pero también da el cante en sus declaraciones (sobre Cataluña, por ejemplo). Y por eso no la voy a condenar (como al preso número 9) porque sus canciones fueron himnos de mi adolescencia, sus versiones mejoraban la original y las modulaba y timbraba como los ángeles. De hecho muchas se podrían cantar en mi querida Parroquia de San José, de purito salmo, empezando por «Gracias a la vida que me ha dado tanto» que ni Violeta Parra la mejoraría.

Y qué decir de los colores de los que se visten los campos en la primavera (y los pajarillos que vienen de fuera) o, ¡cómo no! la histórica «No nos moverán» de la que intento sacar siempre consecuencias espirituales para mi familia, como un árbol firme junto al río y unidos en la vida (y en la lucha), como una piña.

Junto a mis otros ídolos, Roberto Carlos, Serrat, Raphael… a esta mujer la tengo en un pedestal y ni le miento ‘La Llorona’, que es otra hermosa y triste canción, cuando se pone a divagar.

Ni La llorona ni la balada de Sacco y Vanzetti que cuando Joan Báez se ponía reivindicativa era para darle de comer aparte, pues pasaba de los poemas de amor a las canciones desesperadas (aun hoy). Intento ser concreto pues un querido amigo mío me dice, con razón, que me lío en la fragilidad de los equilibrios cósmicos cuando intento ver en el alto cielo su fondo estrellado. No, no, no, nos moverán, Manolo, seguiremos declarando las palabras madre, amigo, hermano y luz alumbrando la ruta del alma de quienes estamos amando. Así que me acerco a lo comprensible mientras tarareo, con la voz de fondo de Joan Báez «Cucurrucucú, paloma...»