El siglo V en Augusta Emerita es, sin duda, uno de los momentos más trepidantes de la historia de la vieja colonia lusitana. Por aquel entonces, Roma estaba sumida en una profunda crisis interna e inestabilidad militar en sus fronteras que acabó por afectar a prácticamente todos los rincones del Imperio. Esto llevó a que la gran diócesis de Hispania se viera obligada a reforzar las murallas para defenderse, sin embargo, el rey suevo Heremigario acabo saqueando la urbe en el año 429 y probablemente estuvo expuesta a la rapiña de otros grupos en fechas próximas. Los suevos iniciaron un cambio de estrategia a partir del 438, cuando su rey Hermerico abdicó a favor de su hijo Requila y un año después, este tomó Emerita. Su fallecimiento se produjo casi una década después de haber tomado la ciudad.

Este intervalo de tiempo, de casi una década, debe interpretarse como un movimiento político y militar del pueblo suevo con el objeto de lograr ese control territorial de Hispania estableciendo su capital como base de operaciones. La huella arqueológica más directa que cabría esperar de esas élites que acompañaron al rey en su proyecto territorial es precisamente la de sus cuerpos, que los enterraban en los suburbios del norte de la ciudad, en lo que ahora es un solar de media hectárea de la calle de Almendralejo, 41, conocido como Corralón de los Blanes. En este recinto, los trabajadores del Consorcio de la Ciudad Monumental de Mérida han hallado decenas de enterramientos del siglo V, de los que nueve corresponden a mujeres jóvenes de la nobleza sueva, con sus joyas de oro y plata que coinciden en su decoración con las halladas en lejanos yacimientos de Ucrania, Serbia, Polonia o Rusia.

Los arqueólogos Francisco Javier Heras Mora y Ana Belén Olmedo Gracera hicieron públicos los resultados de sus investigaciones en el estudio denominado ‘Novedades en la necrópolis tardorromana de Mérida: las princesas bárbaras’, recogido en la revista ANAS 2018-19 que edita el Museo Nacional de Arte Romano de Mérida. La publicación recoge que el suburbio norte de la antigua Emérita fue durante siglos un área industrial y funeraria con diferentes edificaciones. A comienzos del siglo V, el barrio sufrió un «colapso arquitectónico drástico y definitivo, que hizo sucumbir los edificios», no obstante, durante todo el segundo cuarto del siglo esta zona extramuros de la ciudad siguió siendo utilizada como necrópolis por los suevos.

La singularidad

En el solar se han hallado varias decenas de enterramientos y desdibujadas ruinas de los edificios de finales del siglo IV. Los arqueólogos destacan «la singularidad de un grupo de esos enterramientos que escapan de lo habitual por los objetos que visten los cuerpos o acompañan a las inhumaciones».

Los cuerpos aparecen extendidos sobre la espalda, en posición decúbito supino, con los brazos desplegados paralelos al tronco, mientras los miembros inferiores también se extienden rectos y sin flexión alguna. Por los estudio físicos, se trata de mujeres de corta edad, en concreto, de unas «nobles jóvenes extranjeras».

Resultan llamativas las joyas con las que fueron enterradas. Uno de los cuerpos luce fíbulas plateadas (blechfibeln, en germano). «Es sin duda uno de los más destacados exponentes del atuendo femenino y aristocrático propio de esas poblaciones que, desde comienzos del siglo V, protagonizaron aquellas grandes migraciones» europeas, sostienen los arqueólogos. «La mayoría de estos adornos son parte precisamente de ese ornato personal femenino, del que participan además unos pendientes -de oro, plata y a veces bronce- cuyo carácter distintivo es su remate poliédrico», apuntan. En una de las tumbas también se hallaron un par de broches con forma de insecto acompañados de un anillo de oro.

«Todos los objetos portados por los cuerpos inhumados en este grupo obedecen a un horizonte cultural común», aseguran Heras y Olmedo, quienes añaden que también es común su geografía, tanto la de raíz como la que comparten los demás conjuntos funerarios europeos relacionados con las migraciones del siglo V, desde el bajo Danubio, las llanuras sármatas o la orilla del Mar Negro. «No son romanas quienes se visten completamente a la ‘moda bárbara’. Son llegados de fuera quienes se entierran en este lugar, al modo como lo hacían en su lugar de procedencia», subrayan.