Me encontraba con José Antonio Ferreiro, que ha pasado un buen achuchón en el hospital emeritense, ahora tiene tiempo de pintar, es un lujo que tenemos en esta ciudad, y Julio Moriñigo, otro lujo de pintor, esperando la llegada de un amigo, Tomás Acosta. Ayer comentábamos su muerte.

Al entrar en el nuevo recinto del camposanto nos dimos cuenta del abandono. Toda la parte izquierda y derecha llena de hierbajos. Se notaba el desinterés, la negligencia, la desidia y el olvido.

No cuesta nada limpiar aquello, sólo la intención de mandar a un par de jardineros con una desbrozadora y en una mañana asear, quedar el lugar pulcro, como merece un recinto como este.

Se debe labrar, allanarlo y ponerle césped, como en otros muchos lugares de la ciudad, y, en un recinto tan especial, tan nuestro, donde iremos tarde o temprano, mejor tarde, debe estar cuidado, limpio y que se note que es un lugar sagrado.

Las pequeñas zonas de unas rotondas, también sin cuidar. José Antonio Ferreiro, Julio Moriñigo y yo nos mirábamos con cierta incredulidad. Nos parecía imposible que estuviera de esta forma un recinto nuevo.

No lo entendemos. En determinadas ciudades y pueblos sus cementerios brillan de limpieza y da gusto ver sus flores. En Mérida se ve un abandono por este recinto que no es normal.

Un nuevo cementerio, un lugar donde reposan los nuestros, los de todos, hay que mimarlo, cuidarlo y embellecerlo. No olvidemos que Mérida es ciudad Patrimonio de la Humanidad y como tal merece otro tratamiento.