Las dos últimas década han sido para Mérida la época en la que más edificios emblemáticos y de calidad se han construido. En este afán se observa una preocupación de las entidades públicas por dotar a la ciudad de una nueva imagen vanguardista, complementaria al importante patrimonio histórico artístico que tiene.

La serie la comenzó el arquitecto Rafael Moneo, que diseñó el Museo Nacional de Arte Romano, una de sus obras maestras y que fue inaugurado en 1986. El museo, rectangular y de ladrillo, recuerda a las antiguas construcciones romanas.

A partir del museo se sucedieron los proyectos constructivos, como el edificio administrativo de Morerías, que engloba a cinco consejerías, obra del arquitecto Juan Navarro Baldeweg, y que adaptó la obra a los restos arqueológicos del subsuelo. En el edificio destacan los volúmenes revestidos de placas de piedra, corredores y grandes ventanales.

Otras construciones

La Escuela de la Administración Pública, de Sáenz de Oíza, es otro de los hitos de la nueva arquitectura que alberga la ciudad. En 1991 se inauguró el puente de Lusitania, de Santiago Calatrava, donde dominan el acero, con su gran arco central, y el hormigón. Mide casi 500 metros y se construyó cuando la ciudad estaba en plena expansión.

La Biblioteca Pública del Estado, del arquitecto Joaquín Arranz, se sumó con el cambio de siglo a los edificios singulares, y en ella predominan el granito, el acero y el vidrio.

También destaca el edificio del centro universitario, diseñado por el estudio de arquitectos Abalos y Herreros, de tres plantas y cuya azotea tiene una cubierta vegetal.

Pero sin duda, la última obra, y quizás la más audaz, ha sido el Palacio de Congresos y Exposiciones, de los arquitectos Nieto-Sobéjano, en colaboración con la escultora Esther Pizarro para el relieve exterior.

El Palacio de Congresos ha sido concebido como una pieza muy singular, con un gran volumen vaciado en su interior para conformar un nuevo espacio público: una gran terraza sobreelevada que se asoma a la ciudad.

También hay edificios del pasado siglo dignos de mención, como el puente de Fernández Casado, más conocido como el puente Nuevo, proyectado en 1953 y terminado en 1959. De esta obra destacan los grandes arcos con el hormigón a la vista para resaltar su valor como estructura. O la plaza de toros, de 1914, del arquitecto Ventura Vaca, que se inspiró en la estética neomudéjar.