Entre Aprosuba y SuperVol, en el histórico Enrique, me aparece Pelín tarareando bonachonamente «Soy rebelde porque el cielo me ha hecho así» y, como llevaba tiempo queriendo decírselo a la cara, o lo que sea eso, le espeto: «Oye Pelín, me han dicho que tú no existes, eres una apariencia simulada en mi imaginación, una tontuna mía». Pelín, angelito sin alas, no se sorprende de mis dudas: «O sea que tú me ves pero no existo, te ha dicho Domingo». No me gusta acusar, pero dice que eres un sueño, un instante, un satélite, superstición, mentira, alucinación, estupidez, invento de mi mente y desvarío. «Eso es envidia porque me tienes más afecto que a él».

El caso es que lo veo, ser fantástico transportado a la tierra, una especie de encarnación que aterriza franqueando el espacio tiempo, que diría Stephen Hawking. «¿Hawking?, acaba de llegar allí, el hombre se ha llevado un buen chasco, él que negaba la vida futura y creía evaporarse en las brumas de la nada, de pronto se encuentra con tiempo por delante y, extrañado, se cabrea porque lo que ve no cuadra con sus convicciones de nada de nada tras la muerte». Les dijo: «Bajarme como a Pelín», pero no hay fantasmas en sillas de ruedas ni con los artilugios de Hawking; lo tiene crudo porque le han condenado a portarse bien eternamente, aunque no quiera, a generar solo buenos sentimientos, contra su voluntad, por allí son así de finos. Y encima sólo le dejan que vea por el ojo derecho, allí no se ve nada por el izquierdo. ¿Cuánto tiempo le tendrán así? No importa, un siglo es un segundo de dónde provengo; pero los fantasmas tenemos ventajas, ni frio ni calor, ni nos helamos ni sudamos en la Charca, ni vamos al Centro de Salud ni a la farmacia, ni pasamos miedo, ni remordimientos ni cobardías al no tener conciencia, por eso no pagamos en el Nevado. ¿Y lo demás? Lo demás, pamplinas.