Cuando no tengo tema recurro a bote pronto a los clásicos, Pelín el etéreo o Domingo el hermano. Hoy el traje va de luces porque en las grandes ciudades y Mérida lo es, pese al lobby pacense, han llegado a la conclusión, farolas en mano, que una buena iluminación de calles y plazas aporta seguridad, civismo y limpieza. Y no hace falta ser temeroso o mujer para llegar a esa experiencia; cualquier ciudadano se da cuenta de esta percepción. Solo es necesario pasear de noche para sentir la sensación relajada de ir por la calle iluminada y, lo contrario, si la luz es difusa, melancólica o triste que conduce a un humor extraño y miedoso. Reivindico las noches claras de ciertos luceros en las que se puede pasear des-pa-ci-to sin mirar de soslayo quien viene detrás para acelerar el paso ante el temor de que nos den... un susto.

Ahora que los ciudadanos hemos hablado cuatro veces en las urnas, que ya es hablar para decir lo mismo, no sé cómo a ninguno se le ha ocurrido poner esto de la luz en sus programas electorales, convencido como estoy que invertir en alumbrado sale rentable ciudadanamente (en sensación de seguridad) y todo lo que ahorramos en gasto en delincuentes (que nos cuesta una pasta su manutención). A ver, a ver (¿captan la sutileza?), que se trata de poner más focos de iluminación y poner bombillas de luz blanca (no me pregunten porqué pero reducen los delitos respecto a las amarillas o de otro color).

Esto de la luz es asunto recurrente en Las Picotas de Televisión extremeña y al final ha creado tendencia con lo que ARO (al que le estoy más agradecido que quejoso por su interés por mi barriada) debería tomar nota porque una Mérida luminosa es principio de muy otra cosa. Y así dejamos sin argumentos a Domingo, que ya duda que al principio se hiciera la luz. Más quisiera yo y ya le gustaría a él, ya.