Estamos en pleno junio ya pero la barriada de la Argentina luce invernal con nubes de evolución diurna, nocturna y arrabalera, tanto que para ir al Hornito (de la Mártir Santa Eulalia) voy maltrecho pasito a pasito tanteando el terreno; al doblar por Pontezuelas, a la altura de una hipotética garita del Cuartel de los Soldados (más hipotético aún) me encuentro a Pelín vestido de Juda Ben Hur, con su faldita de cuero y empapado como un geranio. Solo te falta, le digo entre verdades y posverdades, tener las piernas lustrosas para ser Charlton Heston.

¿Do vas fantasma romano? Al Hipódromo (Circo para las legiones) que he quedado con los de la Centuria Macarena, me dice. «Los Armaos vienen a animar una carrera de cuadrigas con Messala, apúntate que desde los Pecholatas de Tamayo no se ha visto cosa igual». Solo se recuerda lo olvidado y, mientras susurra Pelín (los fantasmas no hablan), me acuerdo de Messala repartiendo latigazos a diestro y siniestro, me acuerdo de los juegos de manos en la fila de los mancos, que diría Sabina, en Una de Romanos, y de todas las películas (de romanos) del María Luisa hace cincuenta años, empezando por ‘La historia más grande jamás contada’.

Nada nuevo bajo el sol y si ya en la película ‘Gladiator’ salía uno de Mérida, en ‘La vida de Brian’ otro es clavadito a Vélez, si Diocles ganaba más copas que el Real Madrid champions y en ‘La caída del imperio romano’ se encuentran reminiscencias populares, no es de extrañar que Mérida se llene ahora de romanas (algunas divinas de la muerte, Ainara) y no hace falta ser galápago, vidente de videntes, pronosticador de pronosticadores, para advertir que estas cosas son buenas para la Augusta y bimilenaria urbe, que con esto saldremos de tercera en sentimiento ciudadano y que a los nefastos legionarios (infame Checa) y a los políticos felones los enviaremos a los leones. Y Ben Hur que gane la carrera.