La vocación en la medicina es algo que se lleva dentro. Como en todo. Al llegar al servicio de urgencia y diagnosticarme un infarto el traslado a la UCI fue inmediato. Los médicos de urgencias merecen la medalla al mérito a la paciencia y al aguante de muchos pacientes.

No puedo olvidarme de la cara de Marcelo Pérez Arrriaga preguntándome como me encontraba, en una cama de la UCI. Lleva veinte años en el mismo departamento. Un santo. Imposible no serlo en un lugar cuyas personas están continuamente atendiendo a enfermos graves o en estado crítico. Nunca olvidaré sus barbas. Como las de San Pedro. Deben ser parecidas. Y José María Narváez, que me iba con su padre, médico y alcalde de Alange, recorriendo la comarca para las elecciones a diputados provinciales. Me contaba la caterva de hijos que tenía. Un padrazo, un magnífico alcalde y mejor persona.

No puedo olvidar a los doctores Mari Luz Moro, Miguel Benítez y Javier Tejada y Francisco Andrade. A todos mi agradecimiento más profundo. Y a las ATS y auxiliares que son casi treinta y siento no recordar sus nombres, aunque no olvido la sonrisa y el trato de Lina Solís, una emeritense que está en la Coral Augusta Emérita que es una delicia, y a sus compañeras María José Tejada y Susana Barcena y los ATS Lourdes Morales y José Luis Contador. Sé que todos forman esa familia en la UVI que hace que los enfermos se encuentren protegidos y con la mayor atención. A todos, sin excepción, gracias.