Romanos, compatriotas, amigos, vengo a enterrar a César, no a elogiarlo". La voz de Marco Antonio, a través de Sergio Peris-Mencheta se alza ante el graderío. La luna y las estrellas, los únicos testigos de ese encuentro. Libertad y república, los juramentos eternos de la noche. Un Julio César encargado por Mario Gas y sus traidores se ven las caras, bajo la atenta mirada de casi 2.000 espectadores, desencadenando una contienda legendaria que, dos mil años después, sigue de rabiosa actualidad. Shakespeare transformó esos hechos en palabras hace 400 años, rememorando la vida del dictador romano, la conspiración que originó su homicidio y las consecuencias de su caída.

Los hombres y el poder, el poder y los hombres. Ocho son los que se suben a la arena del romano a combatir, unos en nombre de la justicia, otros del bien común, todos ellos, proclaman, en pro del pueblo. Enfundados en ropajes militares de aspecto sencillo, se mueven pisando firme de una punta otra, aprovechando la extensión del teatro, que no es poca. Un obelisco de nueve metros de altura a la izquierda, símbolo de poder, un par de filas de sillas alineadas y un gran monitor como telón de fondo son suficientes para decorar un escenario de innata grandeza al que no le hacen falta adornos. La música, en pequeñas dosis, ameniza cada uno de los actos, y la pantalla proyecta a los actores en algunas ocasiones, a menudo exponiendo una reflexión introspectiva de los personajes, o reproduce el eco de sus voces para conferir mayor intensidad al texto: es el instrumento audiovisual perfecto, en consonancia con la moderna versión del clásico inglés.

La universalidad e intemporalidad del texto permiten compararla con la realidad que nos rodea, asemejar los valores y las desdichas humanas, el sentido de la amistad, la justicia, el patriotismo y el honor. Y es que hasta el "malo" dice cosas "buenas" en este texto; expone Casio: "la tierra, cansada de prisiones terrenas, tiene siempre el poder de liberarse". Su contemporaneidad es la mejor de sus virtudes, reveló Paco Azorín, director adapatador, y escenógrafo de la obra,algo en lo que está de acuerdo todo el equipo. "Más en estos momentos en los que, el pueblo pide una cosa y los gobernantes hacen otra", argumentó. ¿Era Julio César un héroe o un villano? ¿Fue su muerte un vil asesinato o un acto de justicia? Juzguen ustedes mismos.