Terminó el año sin incidente y ha comenzado otro con tranquilidad en la ciudad de Mérida. Las clásicas tagarninas de fin de año y este, a pesar de la prohibición de no tirar petardos, ha sido cuando más han sonado. Y, nadie ha hecho caso, como no sea el llanto de un niño por el susto de estallar a su lado.

Y, como las fiestas no se acaban, viene la más peligrosa para los padres: los Reyes Magos. A los niños siempre se les antoja lo que ven en la televisión y estos multimillonarios anuncios hay que pagarlos en el juguete que sube de precio por salir en la pequeña pantalla. Pero el niño, que es la leche, quiere el que se anuncia en televisión.

Los padres, que son la releche, quieren que sus niños tengan los mejores reyes para que el vecino sepa lo bien que le va en el trabajo y en su economía familiar. Es como una San Silvestre pero en competición de comprar el mejor y el más caro.

Hasta que reventemos. Más de uno, cuando termina reyes, está más limpio que una patena y, como los males no vienen solos, se presenta la cuesta de enero con las rebajas. No paramos, la sociedad de consumo te arrastra. No es una columna catastrofista, es la puñetera verdad. Porque, no son sólo los padres, son los abuelos, que lo que pida el niño o la niña lo tienen por su santa madre que en gloria esté. Lo sabré yo.

Y para que el año empiece sin problemas el Gobierno prohibe el tabaco hasta en el retrete. Con lo bien que sienta un cigarro tomando una copa o después de comer. Incluso en ayunas, para quitar la carraspera.

Los Reyes Magos no fuman, así duran tanto.