Empezaban los 90 del anterior y mi entrañable amigo Antonio Vázquez hizo buenas migas con Ángel Medrano y Rafael Álvarez Buiza que estaban construyendo un campo de golf en Badajoz. Allí descubrió Antonio ese deporte y aún resuenan en mis oídos sus risas cuando yo atacaba (desastrosamente) la bola, mientras él se aplicaba entre risas a los albatros, birdie y approach. Eran sábados de hoyos por la mañana, comida en la Venta Don José y más hoyos por la tarde con todo el campo para nosotros gracias la amabilidad de Medrano y Buiza. Antonio fue progresando con entusiasmo, como se tomaba la vida, mejorando su hándicap y pasados los green terminó presidente del golf de Cáceres mientras yo le hacía de caddie (que es a lo más que he llegado). Viene esto a cuento porque ha vuelto a saltar el Tigre (Tiger Woods) rugiendo con las garras afiladas quien es el mejor jugador de golf de la historia y eso, la historia de este tigre, me parece digna de columnita pues es ejemplo (toco madera de palo de golf) de cómo levantarse tras las caídas, entonar el «Nunc coepi» (Ahora empiezo de nuevo) y remontar en la vida tras perder el cetro y la corona enfangado en la miseria de las lesiones graves (hace dos años no podía ni andar), accidentes etílicos, desastrosas compañías, obscenas infidelidades. Tiger había pasado de héroe (con pies de barro) a villano, inmerso en el muy amargo sabor de la derrota, pero nunca es tarde para quien no se rinde, se levanta de las caídas (todos las tenemos) y pide perdón por sus golferías (equilicuá).

Tras 1.876 días de infierno y bajando hasta el 1.199 en el ranking de jugadores de golf (en sus buenos tiempos había estado 683 semanas liderando la clasificación) ahora oye «la balada de una redención, la del hombre caído por sus debilidades y luego por sus lesiones» que regresa a la gloria.

Ha vuelto a saltar el Tigre, tomen nota.