Las sedes episcopales aparecen ligadas entre sí desde sus orígenes y estas interrelaciones configuraban una provincia eclesiástica, la cual, a partir del año 325, con el Concilio de Nicea, se organizaría como una unidad superior a la diócesis.

En el siglo siguiente sería el Papa Inocencio el que dispondría que los límites de estas provincias eclesiásticas debían coincidir con los de las antiguas divisiones civiles, comenzando a llamar metropolitano al obispo de aquella sede episcopal que se ubicaba en la capital de la provincia. En Mérida, sería Masona el primero que conocemos. Firmaba como metropolitano, y precisamente se hizo esto por primera vez en Hispania con el metropolita emeritense Proficio en el año 666.

El trabajo y estudio de investigación hecho por Aquilino Camacho Macías, sacerdote y abogado, gracias a Dios no invidente, como por error se dijo en el pasado reportaje, lo realizó en el libro que escribió Manuel Terrón Albarrán Historia de la baja Extremadura y en un artículo sobre la Sede Eclesial Emeritense que escribió este sacerdote de Don Alvaro y cuyos dos volúmenes publicados me dedicó el patrocinador de la obra Bartolomé Gil Santacruz.

JURISDICCION La Provincia Eclesiástica sobre la que ejercía su jurisdicción el arzobispo de Mérida ofrece una historia plena de incidentes.

Reflejó intensamente los diversos avatares de la historia de nuestro país, primero con los visigodos, luego bajo el azote destructor de la invasión musulmana, y, finalmente, con la bochornosa historia que rodea la transformación de la congregación de frates de Cáceres en Orden de Santiago y el sucio comercio que con la dignidad arzobispal hicieron los maestres santiaguistas con el arzobispo de Compostela, y éste con el propio Papa, que anularía todos los esfuerzos para su restauración.

Su decisión tendría unos demoledores y duraderos efectos en relación con la vertebración social de las comunidades extremeñas, pues en una historia comparada de las ciudades castellanas desde los años finales de la Edad Media y toda la edad Moderna, se evidencia cómo en aquellas donde residía un arzobispo se producía un desarrollo cultural y social importante, en torno a una universidad.

Además eran también ciudades de voto en las Cortes de Castilla, lo que les otorgaba un protagonismo político del que carecían las demás, como demostró en su día José Antonio Balleteros Díez en un artículo para la Revista de Estudios Extremeños.

Entre los siglos II y V había en España cuatro archidiócesis: Mérida, Cartagena, Tarragona y Sevilla. De Mérida como diócesis estaban tres portuguesas y entre los siglos VI y VII se aumentaron dos arzobispados: el de Lugo y Toledo; y en Mérida había ocho diócesis sufragaleas portuguesas más: las de Avila, Ciudad Rodrigo, Coria y Salamanca.

Fue Inocencio I (año 415) quien dispuso que los límites de la provincia eclesiástica coincidieran con los de las antiguas divisiones civiles, comenzando a llamarse desde entonces metropolita o metropolitano el obispo de aquella sede que se ubicaba en la capital de la provincia.

De los emeritenses fue Masona el primero que, setenta y tres años después, en el año 589, firma como metropolitano las Actas del Tercer Concilio de Toledo. El término arzobispo , que comienza como título honorífico por primera vez en la Apología contra los Arrianos de San Atanasio, escrita hacia en año 348, termina aplicándose luego al obispo metropolitano . Por primera vez en Hispania se aplica al Metropolita Emeritense Proficio, en el Concicilio del año 666, según la investigación hecha por Aquilino Camacho en su artículo de la Sede Emeritense en el libro de Historia de la baja Extremadura .

La Provincia Eclesiástica , sobre la que ejerce su jurisdicción el Metrolopita o Arzobispo emeritense, ofrece una historia plena de incidentes que relataremos para que conozcan la historia de las Iglesia en Mérida desde los primeros años del cristianismo.