El II tomo de los Viejos Escenarios Emeritenses se lo llevé el domingo a Tomás Acosta Santamaría. Se encontraba enfermo.

Es a la única persona a la que he ido en entregarle el libro. Mi amistad con él era de más de cuarenta años. Me dijo su mujer ayer, en el tanatorio, que lo estuvo ojeando y recordando viejos tiempos.

Duele perder a un amigo de tanto años. Amigo de mis padres. Formábamos parte de una tertulia en los comienzos de los años sesenta con José Antonio Ferreiro y Julio Moriñigo, dos pintores excepcionales que ayer le dábamos el último adiós en el cementerio. En esta tertulia nos reuníamos en el bar Trópico de la calle Santa Eulalia. La policía nos prohibió estos encuentros. Una obra de teatro de José María Saussol que hizo de Santa Eulalia, Tomás fue de los actores destacados. El estreno lo hicimos en el Liceo.

Tomás Acosta era polifacético. Formaba también parte, con mi padre, de la tertulia hablada en el salón de actos de sindicato, en la calle San Salvador y en el instituto Santa Eulalia

Fue un modelo de empresario y amplió su red de electrodomésticos por toda la región. Los últimos años, ya enfermo, sólo vivió para su mujer María Isabel Belamán y sus hijos Tomás, Isabel, Ana, Nacho y Marta. Estaba loco por sus nietos y toda su familia, a la que adoraba. Nos ha dejado demasiado joven, 67 años.

Sé que el último libro que ojeó fue el mío. Me llena de satisfacción. Está en el mejor lugar que Dios le ha reservado, el que él merecía, por su bondad y su comportamiento humano. Ya está con sus padres y los míos.

Adiós amigo mío.