Era tan bonita, con sus tirabuzones rubios, sus grandes ojos azules y sus mofletes como lo es ahora con esa bondad generosa que le aniña el rostro y su voraz energía para el trabajo. Una emeritense, nacida esta semana hace décadas, es la pieza clave de uno de los laboratorios de investigación con células madre del país, que lucha por conseguir grandes avances, para en un futuro desandar la tragedia que anida en terribles enfermedades.

Supongo que mi hermana es uno de los motivos por los que soy de un optimismo casi molesto. Otro es porque me parece la mejor forma de vivir. Lo que nos parece un mundo se vuelve ridículo cuando miramos alrededor. El señor que vive en su coche y al que saludo cada día al llegar al trabajo, aquel amigo con una terrible enfermedad degenerativa o la que ha perdido a su pareja cuando empezaban a volar juntos. ¿Cómo es posible rendirse cuando ellos no lo hacen? ¿Cómo desperdiciar nuestra suerte?

La cuaresma queda a la vuelta de la esquina, tiempo de penitencia y reflexión, pero antes tenemos el respiro del Carnaval. Un momento para desinhibirnos, aparcar las frustraciones y revelarnos tras la bula de las caretas, que nos dan tregua en una sociedad del qué dirán. Es tiempo de reírse, de hacer un análisis políticamente incorrecto de la actualidad, de ser libres, de decir lo que queramos. Como cronistas de esta actualidad tronchante y divertida, tenemos que agradecer a los carnavaleros que sigan haciendo posible ese ejercicio de libertad de expresión que atravesó por momentos de luto sin haber muerto aún la sardina. Se ha levantado el telón y han comenzado las semifinales del concurso del Carnaval Romano que se están celebrando en el Palacio de Congresos de Mérida. Nadie está libre de críticas siempre con sentido del humor. Este año sin embargo, la crisis ha ralentizado la venta de entradas, precisamente ahora que andamos tan escasos de risas.