El vandalismo que tenemos en Mérida es tal que no deja títere con cabeza. No hay lugar que no se note su mano. La concienciación ciudadana falta. El paseo perimetral del lago de Proserpina se va deteriorando. Faltan algunos plafones de las farolas. Las orillas, con papeles, botellas rotas y bolsas de todas clases.

La plaza de Santa Clara, plaza céntrica, es una pena. Un banco, justo en frente del bar restaurante Rufino, se encuentra de pena. Las paredes del Hotel Meliá-Mérida por la parte donde estaba el bar Lusi están pintadas, así como toda la parte de la calle entre el museo visigodo y el hotel. ¿A quién le corresponde pintarlo? Lo que si está claro es la poca preocupación del ayuntamiento en quitar una gran rama de un árbol en la calle San Juan de Dios, que lleva varios días y nadie a intentado quitarla. Los ciudadanos deben cumplir y el ayuntamiento en cabeza.

En el paseo Guadiana, que es la envidia de los que nos visitan, han desaparecido las papeleras. Te encuentras en la orilla del Guadiana los plafones de las farolas y suciedad por todos lados.

La limpieza le cuesta al ayuntamiento diariamente cerca de cien mil pesetas. Ya está bien.

Los grafiteros siguen en sus trece de pintar hasta las piedras graníticas de época romana, incluso nuestro puente romano.

Y pasamos, vemos y nos quedamos tan tranquilos, eso sí, criticamos la suciedad pero no hacemos nada por evitarla, y si en alguna ocasión vemos que alguien no hace lo correcto nos callamos y seguimos para evitar complicaciones. Eso, en esta ciudad, se le ha llamado apatía.

Ana Finch, una entrañable mujer, magnifica escritora y poeta le decía a su nieto José María Alvarez Martínez, director del Museo Nacional de Arte Romano: Mérida es madrastra de sus hijos y madre de los forasteros .

Cuidar Mérida es responsabilidad de todos, criticar y volver la cabeza, no sólo es de cobardes sino de querer poco a la ciudad. Y el ayuntamiento, a cumplir con lo prometido.