Hace muchos muchos años, cuando a los pájaros se les llamaba aves, en sentido señorito, a nadie se le ocurría poner el nombre de ´ave´ a un tren. Entonces se les llamaba: mixto, carreta, correos, exprés, omnibús, que es una palabra latina que significa ´para todos´, pero ´ave´... Sólo a los dirigentes políticos se les podía ocurrir semejante nombre.

Entonces, en aquellos años, los trenes eran otro mundo. Llegamos a la estación de Mérida con dos horas de antelación, por si acaso; esperamos con maletas, bolsas y petates la llegada de los mandos, era como se llamaba a los jefes, para tomar el tren para marchar al campamento de Chipiona. La mayoría no conocíamos el mar. Una experiencia que si se sabe recoger a tiempo, no se olvida jamás: ¡Qué grande! ¡Cuánta agua!...

Salimos a las ocho de la tarde. Agosto. El sol en lo alto. Todos queríamos estar en la ventanilla para despedirnos de nuestros padres. El alboroto era tan descomunal que nadie se entendía. Unos encima de otro asomando la cabeza para escuchar los consejos que nos habían dado cientos de veces: ´Ten cuidado con el mar´, ´cuidado con la carbonilla´, ´cuidado con la ventanilla´, ´pórtate bien´... Al final, cuando el tren transcurría por el acueducto de los milagros y apenas se distinguía la estación, dabas un respiro de alivio y te sentías libre, como un ave.

Llegamos a las doce de la noche a Llerena. Antes nos habían parado en no se cuantas estaciones. Pasamos la noche. De madrugada nos engancharon a una ´carreta´ hasta la estación de San Gerónimo en Sevilla. Toda la mañana y la tarde entera en una vía muerta. Salimos al anochecer. Llegamos a las doce de la noche. Veinticuatro horas.

Y el alcalde Mérida, Pedro Acedo, discutiendo con el presidente de la Junta de Extremadura, Juan Carlos Rodríguez Ibarra, si pasa el ´ave´ o si la estación debe estar en este o en otro lugar. Si ambos hubieran hecho este viaje, seguro que en vez de discutir irían juntos a ver a Cascos y explicarles lo bien que se lo pasaron en Chipiona.