Doble vuelta de llave. Una sola llave y dos vueltas a la derecha. Como quien descerraja la puerta de toriles, como si amaneciera otra vez. La señal convenida para volver a la calle, a la vida compartida. Abro y, antes de poner un pie en el rellano, busco dónde ha caído el Periódico. Es el momento exacto en que cada día despierta. Al menos en mi caso. A tan solo un pasito del agua de la ducha y a dos de los churros y del café. Aún no ha amanecido y ya suenan tambores de alborada. ¡Está! Dormido, acurrucado... el Periódico Extremadura en mi felpudo. Me agacho, me doblo, me retuerzo, me fuerzo, me rompo, pero aún así, roto, lo recojo. Y doy gracias a Dios por la rotura mía de cada día. He pensado, más de una vez, en comprar unas pinzas, como esas con que los jardineros recogen las hojas del otoño, con el fin de despertar, al amanecer, periódicos dormidos sobre mi felpudo. Pensé hasta que me cansé de pensar.

Siete y media de la mañana; el rellano alberga cierto tufo a fritanga de pescado. Trato de imaginarme la sartén y sus circunstancias. ¿Qué tipo de pescado de secano será? ¿Qué tipo de aceite de regadío? ¿Qué tara global obligará a un ser humano a freír pescado a estas horas? En el ascensor huele menos. Aprovecho la intimidad para sobar con indecencia mi Periódico. Al pasar por el tercero ya me he zampado la portada. Un segundo más me basta para la contraportada. En el primero veo que se convocan los premios de turismo. ¡Valiente sea mi Extremadura! Y en el bajo, antes de que el olor a fritanga me abofetee, en otro segundo mínimo, lo tengo ya doblado para hacer con él, periódico de paseo, mi paseíllo -por la señal de la cruz- hasta el único bar que hay abierto a esta hora (cerca de mí).

Aún no ha amanecido Extremadura. ¿Cuántos años nos quedan de noche? Solo amanecen las letras de mi diario. Bajo el brazo. La diestra libre y presta para el combate de los buenos días caballero, buenos días señora. La siniestra embozada en letras. Y pienso en eso del turismo y en eso otro que llaman la gastronomía. En mi tierra santa y sacra. En Extremadura, apartada y sola; pendiente de amanecer. En mi gente. En los que se levantan y andan. En los que se lían la manta a la cabeza cada sol que asoma. Los bienaventurados que creen que es posible. Mis nunca bien ponderados cocineros. Los camareros de las mil y una horas al día (y la noche). “¿Cómo quiere la leche, señor? ¿Caliente o fría?” La gente que adecenta las habitaciones. “¡Buenos días, caballero! ¿Ha descansado bien?” Los repartidores. Los otros. Los unos. ¿Cuántos premios habría que repartir, no cada año, sino cada día en Extremadura entre todos ellos? Y ellas.

Extremadura vive y come. Y, a estas horas, desayuna. Mi bar. El dulce embrujo del olor a café. A café y a churros. Mi barman y mi barra. Y mi Periódico Extremadura desplegado como el mapa de mi vida. El mapa de la hora presente. Del día, de cada día. La dulzura de leer tus letras. El error imperdonable de hollar tus páginas con los dedos pringados de aceite. Una señora entra; tira de un carrito que anuncia la voluntad de una buena pitanza. Pide a mi lado. La barra, el hilo de nuestras vidas. Pudiera ser.

Leída la prensa, amanezco. Habiendo sol hay esperanza. Esperanza de esperar. Espero sopas de tomates y algo con que untar el pan. ¡Benditas sopas de ajo de mi padre! En el mercado todo está en marcha.

Lo recorro buscando una sorpresa. Unos entran, otros salen. La señora del bar ha llenado ya su carrito; le asoma un manojo de puerros. Los mercados, las madres y el aceite, los tres pilares de nuestra gastronomía. Y el ajo,... cuatro. Los cuatro pilares. Ajos los de Aceuchal. Puerta a puerta, vendiendo ajos…

De vuelta a casa medio pienso. Sigue oliendo a fritanga en el portal.

Y en el preciso instante de oler me doy cuenta de que a la fritura le falta ajo. Aprieto el Periódico Extremadura contra mí; le noto la mancha de aceite y prometo que esto lo tengo que contar. Que no haya día sin la gratitud debida a los que hacen mejores nuestras mesas y nuestras camas. A los que alientan nuestros paisajes cotidianos. Los que sirven detrás de una barra (y una sonrisa). A las madres, a los mercados, al aceite y al ajo. Ajo, mucho ajo. Y a los que lo cuentan. Y a los que lo publican. Y a los que lo reparten. El Periódico Extremadura, por ejemplo.