PRESIDENTE DE LA JUNTA DE EXTREMADURA

No puede entenderse Guadalupe sin considerar su profundo carácter espiritual. En estas sierras extremeñas, alejado de los grandes centros de poder, nació un sentimiento religioso que creció con enorme pujanza y se extendió por toda Extremadura, por España y por Iberoamérica. Guadalupe representa, también, la máxima expresión de la cultura que, durante la Edad Media, se refugió en los monasterios y, en los mejores casos, evolucionó hacia la excelencia. Así, hemos de destacar los extraordinarios conocimientos que atesora Guadalupe en el campo de la medicina, de las ciencias, de la música, de La gastronomía, por citar sólo algunos ejemplos. Además, Guadalupe alcanza la categoría de un centro económico de primera magnitud y constituyó muy pronto un foco de atracción y comercio de toda la comarca. Los saberes custodiados y generados durante siglos en lo que a la economía se refiere se esparcieron como semilla fecunda. Semilla que traspasó sus fronteras y podemos afirmar que germinó en todo el mundo.

La devoción a la Virgen de Guadalupe entre los extremeños es de una gran profundidad histórica y de un acendrado sentimiento religioso. Esta vinculación, unánimemente reconocida, seguramente fue una causa decisiva a la hora de declararla Patrona de Extremadura en 1907 por el Papa Pío X. Esta consideración venía a dar marchamo oficial a una indisoluble unión entre el pueblo extremeño y Guadalupe. Se reforzaba de esta manera el carácter identitario que Guadalupe ya tenía para Extremadura. Esta cualidad identitaria fue tenida en cuenta cuando la Junta de Extremadura, entre otras propuestas llenas de lógica, eligió el 8 de Septiembre como día de la Comunidad haciendo coincidir el Día de Extremadura con el Día de Guadalupe.

Esta decisión no sólo fue entendida en su día por los extremeños. Mucho más, fue acogida con enorme entusiasmo porque de esta manera se unían sentimientos cívicos, que entonces nacían muy pujantes, con otros sentimientos espirituales arraigados desde antiguo en el alma del pueblo extremeño. Se reconocía, también, el papel histórico de Guadalupe como germen y fermento de lo extremeño. Y no podemos obviar el carácter de puente con Iberoamérica, como, desde el punto de vista eclesiástico se había reconocido al nombrar en 1928 a la Virgen de Guadalupe como reina de las Españas, es decir, de la Hispanidad.

Los valores históricos de Guadalupe son, pues, tan evidentes que han llegado a representar, y fuera de nuestras fronteras de manera muy especial, un elemento esencial de la personalidad histórica de Extremadura. No parece necesario recordar entonces que el nombre de Guadalupe supone para cualquier extremeño, religioso o no, lo que Santiago de Compostela para un gallego o la Basílica de El Pilar para un aragonés. Y desde luego, lo que Guadalupe significa para un cacereño no tiene nada que ver con lo que puede significar para un conquense o un albaceteño.

Desde 1222 Guadalupe pertenece al Arzobispo de Toledo, y por compra o por conquista durante la Edad Media y la Edad Moderna, también pertenecían al mismo arzobispado toledano territorios que pertenecían, en parte o en su totalidad, a las actuales diócesis de Madrid, Getafe, Jaén o Granada, entre otras. En la actualidad, sólo queda Guadalupe y otras 31 localidades de Extremadura. Y ha habido históricamente una reivindicación de la extremeñidad de Guadalupe que llega hasta nuestros días. Reivindicación que se hace patente en la actualidad en un movimiento cívico al que se suman todo tipo de instituciones.

A partir del proceso autonómico, la ciudadanía extremeña y sus representantes han mantenido una actitud de extraordinario respeto y exquisita prudencia en la reclamación del carácter extremeño de Guadalupe. Lo decía el Presidente Rodríguez Ibarra: Los extremeños hemos tenido con la dependencia toledana de Guadalupe una prudencia exquisita. ¿Se imaginan cuál hubiera sido la actitud de otros pueblos como el catalán o el asturiano, si Montserrat o Covadonga hubieran dependido de las diócesis de Zaragoza o Santander?

Recientemente, los dos grupos parlamentarios de la Asamblea de Extremadura han suscrito una Declaración Institucional de la que extraigo lo siguiente: Han sido muchas las voces que desde hace años... han manifestado su deseo de que el símbolo identitario que nos refuerza y nos une como pueblo se vincule de una forma integral al territorio del que es referente...

Este Parlamento, desde el más profundo respeto a la independencia y autonomía a la Iglesia Católica para gestionar sus propios asuntos e intereses, quiere manifestar su expreso apoyo para que Guadalupe dependa de una jurisdicción eclesiástica con sede en el territorio extremeño.

Como Presidente de la Comunidad Autónoma de Extremadura, y no me cabe duda de que expreso el sentir de todos los extremeños, he de intentar que la Iglesia atienda nuestra petición, que la entienda. Porque desde el profundo respeto que como creyente tengo por la Iglesia Católica y por todas las iglesias, los extremeños necesitamos que nos entiendan. No queremos imponer nada ni es nuestro deseo que nadie se sienta ofendido por nada, pero Guadalupe tiene que pasar a una diócesis de Extremadura porque, si no, tenemos la sensación de tener el corazón prestado, y no se puede vivir con la cabeza en una parte y el corazón en otra.

No se puede vivir con un corazón prestado. Si ya resulta difícil conciliar en muchas ocasiones cabeza y corazón, nadie puede reprocharnos que impulsemos que el símbolo que queremos y con el que nos identificamos, pueda ser querido y admirado por los extremeños como propio. Porque cuando hablamos de reafirmar el carácter extremeño de Guadalupe, no es un capricho, ni siquiera una reivindicación. Es una necesidad. Porque Guadalupe, al ser un elemento esencial de la personalidad histórica de la región, acentúa nuestra identidad extremeña y manifiesta inequívocamente nuestro carácter español.