Habitual, ordinario, que se encuentra en su estado natural. Éstas son las palabras que definen lo normal. Sin entrar en disquisiciones teóricas sobre qué consideramos normal, la realidad en la que vivimos desde hace unos meses es, cuando menos, diferente, distinta. Una situación anormal en la que conmemoramos los 35 años de aquel primer Día de Extremadura de una forma, también, atípica.

Cada 8 de septiembre hemos festejado los logros alcanzados como pueblo y recordado nuestras raíces, rememorado nuestra historia y a quienes han formado parte de ella. Ese carácter tan nuestro, solidario, honesto, humilde y sencillo, se hace si cabe más visible este difícil año para no olvidar a los y a las extremeñas que el virus nos ha arrebatado, para homenajear a quienes se han dejado la piel durante los días más duros de la pandemia para garantizar que nada faltase en nuestros hogares. Este histórico Día de Extremadura es un eterno gracias al esfuerzo de tantas y tantas personas que velaron por nosotros, por nuestra seguridad, por nuestras vidas.

Cada aplauso de las ocho de la tarde debe ser un permanente recuerdo de la valía de nuestro Sistema Nacional de Salud, de los y las profesionales que lo componen. La epidemia ha llegado a todos los rincones del planeta, nos afecta a todos y a todas por igual. Este virus no entiende de fronteras, pero ganar o perder la batalla contra él depende, y mucho, del lugar del globo en el que se contrae. El etnocentrismo con el que, a veces, miramos al mundo nos hace poner el foco en Europa, perdiendo la perspectiva de los nefastos estragos que el coronavirus está causando en países de América Latina o África, cuyos sistemas sanitarios no cuentan con las infraestructuras necesarias para hacer frente a una pandemia como ésta.

Nuestra sanidad, universal y gratuita, es, junto a la educación pública, una de nuestras fortalezas como país, uno de los pilares del Sistema del Bienestar que nos hace iguales. Miremos a nuestro alrededor y quitémonos los complejos frente a quienes se erigen como potencias económicas mundiales pese a no garantizar estos dos derechos fundamentales a su ciudadanía.

Esta cuestión no es baladí, sino una apuesta decidida por defender la igualdad, la equidad y la justicia social que tiene su plasmación en nuestro país en la Constitución Española de 1978 y en las instituciones que como sociedad nos hemos dado. Éstos son tiempos complejos, momentos convulsos en condiciones de incertidumbre constante. Lo que sucedió hace apenas cuatro meses parece que ocurrió hace un siglo. Vivimos en una sucesión de nuevos comienzos. Es ahora, cuando parece que el futuro se desvanece y las incertidumbres arrecian, cuando los nacionalismos y los populismos encuentran su caldo de cultivo propicio renegando del papel de las instituciones democráticas y ensalzando la figura de líderes fuertes capaces de restablecer un supuesto orden perdido. Es un terreno abonado para quienes, valiéndose de la demagogia, explotan los sentimientos de desilusión, miedo y odio.

Esta nostalgia del ‘soberano’, hombre por lo general, no es nueva. Las promesas de certezas y seguridad frente a las arenas movedizas auparon al poder en los inicios del siglo pasado a líderes como Hitler, Mussolini o Stalin. Los ‘felices años 20’ del siglo pasado dieron lugar a uno de los peores episodios de la historia de la humanidad. Por ello ahora, más que nunca, es prioritario recuperar la confianza en la política y en las instituciones. Nuestra forma política como Estado, basado en el parlamentarismo, favorece la participación de distintos actores en el procedimiento legislativo. Establece plazos, garantías y transparencia. Tiempos, quizás, difícilmente entendidos en momentos de aceleración política y social, pero tiempos regulados que son garantía de libertad e impiden que nadie tenga capacidad absoluta para tomar decisiones. Razón de más para cuidar nuestra democracia y recuperar la confianza en las instituciones, también las internacionales. En un mundo con problemas globales, como ha puesto en evidencia esta pandemia, no sirven las viejas recetas ni la vuelta a los nacionalismos. La responsabilidad es planetaria y, al mismo tiempo, individual. De nuevo la historia nos da múltiples ejemplos de ello.

«Las audaces criaturas estaban poseídas de la primera alegría y tan sorprendidas por la satisfacción de observar que las cifras de las listas semanales habían bajado mucho, que eran incapaces de volver a sentir terrores nuevos. (…) Callejeaban por todas partes, charlaban con quienquiera que se cruzase en su camino, tuviesen algún asunto con ellos o no, sin importarles su estado de salud. (…) Esta conducta imprudente costó la vida a muchos que se habían encerrado y recluido aislándose de todo contacto humano». Pareciese como si estas líneas hubiesen sido escritas estos días y, sin embargo, retratan la realidad que sufrió la ciudad de Londres en el siglo XVII, durante la epidemia de peste que azotó la ciudad en 1665.

Como ya sucedió entonces, la covid-19 nos ha colocado frente al espejo para recordarnos nuestra vulnerabilidad, para hacernos ver que somos seres dependientes e interconectados que habitamos una realidad en permanente cambio en la que cada movimiento y decisión individual también cuenta en la consecución del bien común.

Quizás esta pandemia pueda ser un punto de inflexión, como aquella metáfora de Stefan Zweig que recordaba hace unos días la politóloga Máriam Martínez-Bascuñán sobre el movimiento de la botella: al agitarse y posarse sobre el suelo, separa lo pesado de lo ligero y nos ayuda a ver con claridad.

Más allá de si es normal o no, vemos ahora con claridad que éste es un tiempo nuevo. Una realidad diferente a la que conocíamos que requiere de la responsabilidad de todos y de todas y precisa unidad y solidaridad, también europea, para que la necesaria reconstrucción no sea excluyente y lleve a construir muros, físicos y mentales, que nos separen y clasifiquen en ‘nosotros’ y ‘otros’. Si los retos son comunes, las respuestas también deben serlo.

Los extremeños y las extremeñas sabemos que solo unidos hemos logrado sortear los obstáculos que la historia nos ha puesto en el camino. Juntos haremos frente a los retos y desafíos que aún tenemos por delante. Ése es nuestro compromiso.

Blanca Martín

Presidenta de la Asamblea de Extremadura