Proceden de diferentes partes del mundo y conviven en Extremadura reivindicando su particular lucha feminista. Una gitana, una marroquí y una paraguaya muestran su propia visión de este movimiento.

Teresa Heredia Cortés, gitana de 27 años (Almería)

La joven gitana Teresa Heredia Cortés, de 27 años, procede de un pueblo almeriense, Dalías, y desde 2016 reside en Cáceres. Una vez terminó los estudios de Derecho decidió sacar el lado más social y luchador que llevaba dentro desde siempre. La Fundación Secretariado Gitano de Extremadura ofrecía una vacante de técnico de Igualdad, entonces: «Para acá que me vine», dice. Se hizo con el puesto arropada por su familia, mayormente por sus hermanas y su madre.

Ahora puede afirmar, con todas las letras, que es feminista. Aunque confiesa haberlo sido desde niña, no logró ponerle nombre hasta llegar a la capital cacereña, cuando el concepto empezó a formar parte de su vida. Cuenta que desde pequeña ha tenido la inquietud de defender los derechos de las personas, pero se despertó en su interior el interés aún más por los de las mujeres, en concreto de las gitanas. Asegura haber recibido una educación machista, «como la de la mayor parte de la sociedad». Sin embargo, recuerda que su madre, a pesar de esa educación, escondía entre sus enseñanzas un aire distinto para que Teresa lo percibiera. «Creo que mi madre es feminista sin saberlo», añade.

A día de hoy está estudiando el máster de abogacía y trabaja en la fundación, pero aún le queda tiempo para ser activista. Participa en los medios, en manifestaciones y concentraciones. Alza la voz por las mujeres.

No recuerda haber sido discriminada por ser mujer y gitana en su pueblo natal. De hecho, señala que la mezcla cultural que reside en su localidad de procedencia les permite «tener una mente más abierta». Lo contrario sucede en Cáceres, asegura, ya que los barrios están segregados. Aquí ha sido cuestionada por razón de sexo y etnia, que no discriminada, pero recuerda alguna situación que le ha incomodado: «En una de las charlas que forman parte de mi trabajo me preguntaron que cómo podía decir eso siendo mujer gitana y solo estaba hablando de igualdad», cuenta.

No duda en afirmar que ayuda a mujeres de su misma etnia a participar en la lucha de sus derechos y aunque no se autodefinan feministas confía en que en un futuro lo harán. Desde su experiencia, cada vez hay más chicas gitanas que toman ese concepto como forma de vida.

Manal Ouardane El Ghali, 23 años (Marruecos)

Una marroquí educada en igualdad, por toda su familia, en Marrakesh, «una ciudad con cultura opresora por su religión». Allí estuvo viviendo con su abuela hasta los 12 años que vino a Extremadura, concretamente a Torremejía, donde residían sus padres desde hacía años. Después se afincó en Badajoz para estudiar Comunicación Audiovisual y ahora vive en Madrid. Esta es la historia de Manal Ouardane El Ghali, que dice ser feminista de toda la vida aunque conoció la definición del término con 16 años. Se considera afortunada por tener antepasadas «tan guerreras y luchadoras». Vio el claro ejemplo en su madre y su abuela, «tengo la certeza de que han reivindicado lo que no se podía», afirma. Cuando llegó a la familia, «ya estaba todo hecho», ha recibido una educación en igualdad, tanto del entorno femenino como del masculino: «No considero machista a ningún hombre de mi familia», añade. Su padre es biólogo y su madre filóloga árabe, ambos estudiaron en la universidad y siempre han trabajado. Lo que le impulsó a luchar por los derechos de la mujer cree que fue conocerlos desde fuera: «La injusticia cuando no la vives tú la ves con más claridad». Así observa Manal la orientación patriarcal que desde pequeña ha sido capaz de apreciar. Es activista en cuanto puede, pero le gustaría serlo más: «Me falta tiempo».

Personalmente asegura no haber sido discriminada por ser marroquí, aunque por ser mujer ha recibido faltas de respeto. «Siempre puedes toparte con algún neandertal en tu día a día», afirma. No dudará en continuar luchando, acompañada de mujeres, contra el patriarcado y concluye con un mensaje que contiene una de sus palabras favoritas: «¡Sororidad, hermanas!».

Vanessa Lesme, técnica de Igualdad de Género.

Vanessa Noemí Lesme Cohene, 33 años (Paraguay)

Hace cuatro años que la paraguaya Vanessa Lesme vino a Cáceres, ahora tiene 33 y es técnica en Igualdad de Género, tras estudiar en la primera promoción del FP Promoción de Igualdad de Género del IES Al-Qázeres. Forma parte del equipo coordinador de la plataforma Mujeres de Cáceres y, hasta ahora, su vida laboral en Extremadura ha sido en organizaciones no gubernamentales feministas.

Se adentró en el feminismo como concepto en su país pero cuando llegó a la capital cacereña comenzó a ejecutar acciones en su vida diaria relacionadas con el movimiento, a parte de su trabajo que está íntimamente ligado a ello. Es activista en cualquier espacio, «incluso cuando voy en el autobús me parece buen momento para predicar el feminismo», explica. Por otro lado, asegura que «hay que hablar de feminismos, en plural, porque existen diferentes luchas. Según la raza, etnia u orientación sexual, las mujeres tenemos diferentes realidades, necesidades y demandas», argumenta.

Sin tapujos confiesa haber sido acosada por ser mujer migrante latina una vez llegó a la región extremeña. Ahora no se siente discriminada como tal, de manera directa, pero sí cuestionada, «siento, con frecuencia, rechazo en las miradas cuando voy por la calle».

Su educación ha sido machista. Ni su madre ni su abuela fueron educadas en igualdad, lo mismo le trasmitieron a ella. Aunque orgullosa cuenta haber reeducado a su madre y ahora la ve feminista. Ahora su entorno masculino es aliado feminista, tanto su hijo como su marido.

A su juicio, en Extremadura existen «muchas organizaciones feministas que trabajan para impulsar el empoderamiento de las mujeres migrantes de América Latina, y eso es importante ponerlo en valor», resalta.