Contemplo con alegría contenida los avances que se han producido en las últimas décadas en igualdad. Son innegables. Desde el ámbito de la educación y la formación académica o profesional, hasta los puestos de alta responsabilidad, en el ámbito político y el empresarial. España ha cambiado. Lo ha hecho por y para que las mujeres ocupen un nuevo lugar en una sociedad más abierta e igualitaria. Es una realidad creciente, son logros compartidos, pero es una lucha todavía incompleta con muchos espacios de resistencia. Cuando una aterriza en la realidad, en el ámbito más cercano, no dejamos de contemplar que nuestra situación dista mucho de la que ya disfrutan buena parte de las españolas. La igualdad avanza dos velocidades, y a las extremeñas nos ha tocado la más corta.

Las extremeñas sufrimos una triple discriminación: ser mujeres, extremeñas y padecer la lacra del paro con una virulencia sin parangón. Esta última legislatura acaba con las extremeñas liderando la falta de oportunidades y la tasa de paro: un 28,75% no pueden plantearse un proyecto de vida autónomo. Sencillamente porque no tienen empleo y sus ingresos están, en muchos casos, por debajo del umbral del riesgo de pobreza. De hecho, en Extremadura las mujeres en riesgo de pobreza y exclusión social se cuentan por miles. Esa otra realidad innegable, aunque no tan visible, nos despierta de cualquier anhelo en el camino a la igualdad real y efectiva.

La urgencia impone que se aparquen los discursos, que se dejen a un lado las soflamas que, con la excusa de empoderar, solo consiguen expiar culpas. Queda mucha brecha que cerrar, pero no lo va a conseguir ninguna campaña aislada, ninguna medida repintada en un programa, ninguna adhesión de palabra. Hay que gestionar por y para las extremeñas. Medidas son amores.

Las extremeñas no pueden lanzarse a luchar por sus derechos sin herramientas públicas. ¿Qué empoderamiento nos venden los que reproducen mandato a mandato un modelo basado en el binomio subsidio-supervivencia? ¿Qué revolución feminista defienden en Extremadura los que nutren un paradigma económico tan antiguo como inútil? No tenemos lo que nos merecemos. Tenemos lo que ciertos núcleos duros de poder, que tantas veces se visten de feministas, imponen por su acción y, sobre todo, por su omisión ante un problema que no admite más promesas, sino que clama más recursos.

La mujer extremeña, joven y parada está obligada a emigrar. Es esa joven extremeña de hoy, nieta de la mujer extremeña que en los años 70 era una joven extremeña, aislada, discriminada, y que tuvo que huir de su tierra para encontrar oportunidades en las zonas de confort de los territorios privilegiados.

Antes por la dictadura, después por los repartos de cartas y recursos en democracia, pero que nadie niegue que hay más mujeres libres donde más desarrollo y prosperidad económica existe. Porque hay otro condicionante añadido, que es ser mujer en un mundo rural tantas veces abandonado, expulsado de las tendencias feministas, hostigado por el imaginario colectivo, ese que ha impuesto como relato único una mujer libre y exitosa en contextos netamente urbanitas. Pintan bastos para la mujer rural.

La situación de las extremeñas exige una estrategia clara. Me pregunto, a riesgo de parecer una política incorrecta, si en una región que se está despoblando, incapaz de ofrecer un proyecto de vida a muchas jóvenes, sirve de algo insistir en la autocomplacencia o repetir mantras de franquicia, basados en una visión de la vida laboral o profesional que nos es tan extraña como inalcanzable. Sin ayudas para ser madres, sin ayudas para ser empresarias, sin formación específica, sin políticas de libertad, sobran los observatorios que observan y faltan los recursos que nunca se ejecutan. Sobran las efemérides cacareadas y las acciones balsámicas. Falta la acción sostenida en el tiempo, la unidad y la hermandad entre mujeres y hombres, actores sociales complementarios, con los mismos derechos, con las mismas obligaciones, que tienen que luchar con nosotras por el progreso y la igualdad.

Siempre he sospechado del fanatismo, ese que en los últimos años gana adeptos. No voy a situarme en ninguna trinchera porque el fuego de mortero entre géneros no va a lograr nada más que réditos a los que, en realidad, no anhelan la prosperidad de la mujer, sino que buscan disimular sus fracasos y legitimar su inacción.