Nació en el Madrid de 1945. Su padre era ferroviario, así que con cuatro años llegó a Badajoz, al Gurugú, un barrio humilde del que se enamoró y del que se siente muy orgullosa. Allí sigue. Hace 36 años que Manuela Martín Sánchez es voluntaria en la cárcel pacense, donde desarrolla proyectos para la promoción de la mujer. Pero se ha movido por muchas asociaciones y colectivos. De hecho, le concedieron un premio a nivel nacional por ser ‘vecina ejemplar’, «pero no fui a recoger la placa porque a mí siempre me ha gustado estar en un segundo plano y esas cosas me dan mucha vergüenza», asegura.

- Fue usted quien, hace 50 años, puso en marcha el Centro de Promoción de la Mujer en el Gurugú. ¿Por qué se peleaba entonces?

- Había muchísimas mujeres que no sabían ni leer ni escribir y había que luchar para que aprendieran. Nada más salían de casa para ir a trabajar, para hacer horas, como sigue ocurriendo... Pero los hombres además de ir a trabajar, pues también pasaban un tiempo en el bar, por ejemplo, tenían otro tipo de vida, de experiencias. Ellas a veces me decían que no podían ir al centro de promoción porque tenían que estar en casa cuando llegara su marido para ponerle el café... Yo les preguntaba: ‘¿Es que ellos no tienen manos?’ Una cosa es que ambos tengan detalles uno con el otro, eso me parece muy bien, ¿pero como obligación? No.

- El trabajo en ese centro logró buenos resultados, ¿no?

- Conseguimos que muchas mujeres sacaran el certificad de estudios primarios y el graduado escolar. Venían de una época en la que de pequeñas enseguida las quitaban del colegio si había que ayudar en casa, y si alguien podía estudiar, pues eran los hermanos varones. Cuando aprendían de mayores e ibas con ellas por la calle y leían algún rótulo, es que se te saltaban las lágrimas.

Me decían que les tenían que poner el café. Yo les preguntaba: ‘¿Ellos no tienen manos?’

- ¿Qué programas lleva en la cárcel?

-Tenemos por ejemplo uno de promoción laboral. Hay un taller de peluquería que se imparte dos días en semana. Después obtienen un título y se les da un kit para que puedan empezar aunque sea peinando por las casas. Se trata al fin y al cabo de ayudarlas a que tengan una oportunidad laboral cuando salen de la cárcel, porque evidentemente no resulta fácil.

- Ha dedicado su vida a hacer cosas por los demás...

- Pero porque me encanta. Yo siempre digo que nací voluntaria. Pero también me ha pasado una cosa: oficialmente solo he trabajado algo más de un año, en la Universidad Popular. Y nunca me importó ser solo voluntaria porque siempre he tenido el apoyo de mi marido, de mi madre y de mi hermana. Pero cuando cumplí 65 años me di cuenta de que no tenía nada, que no tenía derecho a nada porque nunca había cotizado. Por eso ahora mismo mi mensaje a todas las mujeres jóvenes es que sean económicamente independientes, que no tengan que depender de nadie, y eso lo descubrí cuando cumplí los 65. Mi mensaje es que estudien, trabajen y sean independientes.