Carlos Miguel Álvarez, alias ‘el Chicharra’; Marcos Wiland, ‘el Alemán’; y Guido, a secas. Amigos y residentes en Lima, aunque el último pasa ahora una etapa en Honduras. Los tres peruanos se encuentran en Rusia, a 13.000 kilómetros de su país, disfrutando de un sueño que pensaban que jamás llegaría: ver a su selección en un Mundial. Para hacerlo realidad han recurrido a planes heroicos, a la altura de la pasión que sienten por la blanquirroja. Su historia es solo una muestra más de la aventura emprendida por 40.000 compatriotas. La odisea vale la pena.

Un video se hizo viral el pasado noviembre cuando Perú eliminó a Nueva Zelanda en la repesca y se clasificó para Rusia. En las imágenes se ve a un hincha completamente desnudo corriendo alrededor de la Cibeles con una bandera al grito de «¡Viva Perú, la concha de tu madre!». El hombre cumplía una promesa, algo parecido a nuestro trío de protagonistas.

«O íbamos ahora o nunca. Si tenemos que esperar otros 36 años estaremos muertos», cuenta Wiland, el arquitecto del plan que llevó a los tres cincuentones hasta Moscú. Nada más conocerse el camino de Perú en el sorteo de diciembre, ‘el Alemán’ se puso manos a la obra. Analizó todas las combinaciones posibles para lograr un viaje asequible. Carlos Miguel y Guido, mientras, llevaban ya meses ahorrando por si se producía el milagro. «Perú es nuestra vida. Crecimos juntos, estudiamos juntos, jugamos al fútbol juntos. Nos faltaba vivir un Mundial juntos», cuenta ‘el Chicharra’ emocionado. Su discurso es perfecto e interminable. Podría acabarse el mundo y seguiría hablando. Se trata de su segundo viaje a Europeo. El primero fue a Daimiel (Ciudad Real) para visitar a unos familiares.

Cerveza y vodka

Las compañías peruanas ofrecían packs completos para la primera fase por unos 12.000 euros. El trío de valientes lo diseñó por su cuenta con un coste de 6.000 más los gastos del torneo. Ahora llega la parte dura. La logística del viaje. «Me golpeé la cabeza cuando lo monté todo. Confiaron demasiado en mí», bromea ‘el Alemán’. «Con la cerveza y el vodka se hace más llevadero. No hay que pensar en las horas de tren, hay que pensar en Perú. En Guerrero, en la ‘foquita’ Farfán, en Flores... ¡Vamos Perú!», exclama Guido. ‘El Chicharra’, mientras, ya ha entablado conversación con otra persona a la que le esperan todo tipo de peripecias.

Ellos llegaron a Moscú haciendo escala en Amsterdam. Otros compañeros optaron por parar en Madrid o París. La odisea empieza en Rusia. Perú jugó el primer partido en Saransk, que no es precisamente la ciudad mejor comunicada del país; el segundo, hoy en Ekaterimburgo, la sede más oriental, al pie de los Urales, frente a Francia 17.00 horas); y el tercero en Sochi, la más meridional, a orillas del mar Negro.

«No podíamos morirnos sin vivir un Mundial. Lo más fuerte vendrá en el último partido. Nos pasaremos 60 horas en el tren, casi tres días. Dormiremos dos noches en los vagones», explica Wiland. Tiene razón. En el mejor de los casos sumarán un total de 129 horas en el tren, una cifra que podría llegar hasta las 150 en las peores rutas.

«Los chilenos tardarán menos. Que nos vean por la tele», suelta Guido en alusión al mayor enemigo de los peruanos, que les echó una mano involuntaria. Su reclamación por alineación indebida de Bolivia se resolvió otorgándole también un triunfo a Perú, que había perdido en La Paz. Esos puntos regalados fueron claves para meterse en la repesca. La injusta derrota ante Dinamarca les obliga a sorprender hoy a Francia. «¿Si México ganó a Alemania por qué no vamos a liarla nosotros?». Su fe merece una victoria.