Pobre Leo Messi. El rostro desencajado del final resume su suerte con Argentina. Parado en medio del estadio de la remota Kazan debió encontrarse de nuevo con aquello que el destino le ha deparado y quiso desafiar: el mejor de todos no tendrá un Mundial en su vitrina saturada de títulos. Se fue el camarino en silencio como si cargara esa cruz.

Pobre Leo, porque de sus pies nació la jugada que encendió la última llamita de esperanza -el gol de Agüero- y quizá se animó a creer que en el empate. Pero no. Abandonó el campo masticando el sabor agrio de una cuarta frustración.

Pobre Pulga, esa flor en el desierto del fútbol argentino, tan árido, infértil y escandaloso. A pesar de su manifiesta decadencia y su falta de renovación, los millones de hinchas devenidos entrenadores vocacionales tienen metas tan elevadas que ser eliminado en octavos es casi lo mismo que perder la final.

Pobre capitán: los predicadores televisivos que nunca terminaron de aceptarlo volverán a mostrar dientes afilados. La miel de los elogios de coyuntura cederá su lugar a la hiel condenatoria. Fernando Miembro, un afamado comentarista deportivo que fue candidato a diputado del Gobierno de derechas pero tuvo que renunciar a su banca por el enchastre de un caso de corrupción, le había exigido tras la caída ante Croacia que volviera a renunciar a la selección.

Miembro es apenas parte de un coro que practica el arte de la injuria. Por estas horas Messi es culpable de que Argentina abandone Rusia con las manos vacías tras haber sostenido tantos sueños insustanciales.

Pobre genio: tener que escuchar o enterarse de cómo se lo convierte en chivo expiatorio. «Era el Mundial de Messi. Y no fue el Mundial de Messi. Era la selección de Messi, como anunció pomposamente Sampaoli. Y tampoco fue el equipo del capitán. El fracaso también alcanzó al mejor futbolista argentino de estos últimos tiempos», dictaminó Julio Chiapetta en Clarín. «No hubo un Lionel Messi épico esta vez sino uno mucho más terrenal, con los altibajos que marcaron su camino en su cuarto Mundial. ¿El último de su vida? Difícil saberlo ahora», señaló La Nación.

Las voces de la desmesura y el desconsuelo condenatorio son minoritarias pero estridentes. No alterarán el vínculo que gran parte de los argentinos tienen con el más extraordinario de sus jugadores. Ellos también han dicho «pobre Messi» cada vez que lo vieron rodeado de rivales.

Sampaoli no es Guardiola

Solo el exitismo posterior a la victoria agónica ante Nigeria pudo convertir al intermitente Éver Banega en estratega y socio ideal. Jorge Sampaoli hizo jugar a Messi ante Francia como «falso nueve». Imaginó que Enzo Pérez, Banega, Pavón o el esforzado Mascherano podían hacer de Xavi, Iniesta y Henry o Pedro y Busquets. Y, claro, el locuaz aunque ininteligible Sampaoli tampoco es Pep Guardiola.

No faltaron quienes, a modo de despecho, recordaron la grandeza pasada de Diego Maradona y ese México-86 cada vez más lejano en el tiempo. El Mundial vuelve a irrumpir como la asignatura pendiente de un Messi ganador todoterreno.

Hay algo que emparenta a Diego y Leo más allá de los blasones: cierta condición de héroe con un costado trágico o malogrado. El caso de Maradona es más claro: la droga destruyó su fulgurante carrera, estuvo al borde de la muerte, renació de las cenizas y vive de su mito al costo de deshilacharlo. El punto débil de Messi, ese que lo humaniza de otra manera, tiene que ser el Mundial y la selección.

«No hay nada más lindo que ser argentino», dice igual. Lo adoran todos aquellos que siguieron con sentido de la realidad las peripecias del combinado y se tomaron la derrota con humor y sensatez. «La subida del dólar, el tarifazo, la nueva y bochornosa toma de deuda externa, el paro, el crecimiento de la pobreza y la recesión son cortinas de humo para que no hablemos delo que pasa en Rusia», ironizaron.

Una forma de comparecerse con el hijo pródigo al que, pobre, pobrecito, sus hermanos le exigen literalmente que multiplique los panes y los peces para alimentar la quimera de una Argentina bulímica e incapaz de reconocer, de cara al espejo, su raquitismo futbolístico.