En Durban, no hace tanto, empezó todo y de muy mala manera. A orillas del Océano Indico llegó España hace tres semanas para emprender su aventura africana, aunque una derrota inicial ante Suiza le arruinó emocionalmente. A Durban vuelve hoy la selección, que se levantó con energía y grandeza de ese inesperado accidente, para jugar un partido contra la historia. El partido que jamás ha disputado: una semifinal del Mundial. Y ante Alemania. Es ahora o nunca. Así de simple.

Ahora España puede completar un ciclo irrepetible con la conquista de la Eurocopa (2008) y una final del Mundial (2010). Nunca España estuvo tan cerca del paraíso, impulsada por una irrepetible generación de jugadores, cuya semilla made in Barça, ha modificado el ADN del tradicional, rústico y primitivo fútbol español donde solo había lugar para la furia. Y la épica. Ahora la selección, sin el tono patriótico tan fánatico que acompaña a otros países --no tiene la trascendencia de Argentina, Brasil o Italia, por ejemplo-- se asoma a la noche que había perseguido durante 80 años de Mundiales.

Nunca ha vivido algo así. Aquí, en Durban, bajo ese imponente arco calatraviano que arropa el hermoso estadio surafricano, España empezó de pena, destapando los ancestrales miedos de un país poco acostumbrado a los éxitos de la selección de fútbol, y puede acabar de maravilla. En el tránsito, pausado y sereno, que le llevó de Durban a Johannesburgo pasando por Pretoria y Ciudad del Cabo antes de volver a Durban, ha emergido la figura silenciosa de Vicente del Bosque. Silenciosa, pero capital para entender la transformación de la España que construyó en su día Luis Aragonés.

LA FUERZA DE UNA IDEA En los últimos 20 años, la selección ha tenido técnicos de todo pelaje. Con Luis Suarez (Italia-90) se vivió lo de siempre. Muchas promesas, ninguna cumplida. Con Clemente (EEUU-94 y Francia-98) el país estaba, a diario, dividido en una guerra civil deportiva y mediática. Con Camacho (Corea 2002) se comprobó que el victimismo seguía arraigado porque no existía un plan real de juego y con Luis (Alemania-2006), a pesar de la traumática eliminación en octavos ante Francia, se sembró la simiente del éxito.

Del Bosque, hijo de un factor de la vieja compañía de ferrocariles del oeste de España a inicios del siglo pasado, represaliado en un campo de concentración tras el estallido de la guerra civil por sus ideas contrarias al nuevo régimen, ha ejercido de salmantino. De castellano antiguo. Sobrio, educado en sus gestos, responsable, firme y leal con los suyos. Como dicen siempre los jugadores de él, "Vicente del Bosque ha sido justo".

Con esa justicia, ha navegado en aguas turbulentas hasta llevar a España de nuevo a Durban. Había mucho ruido fuera, aunque ahora parezca que todo haya sido un remanso de paz. Pues, no. El ni se inmutó, se disfrazó de Sergio Busquets para defenderle --"si fuera jugador me gustaría ser como él", dijo-- ha aguantado a Fernando Torres hasta el límite (e incluso más) y su equipo se recita de memoria. De Casillas a Villa.

Fiel a una idea, heredada de Luis Aragonés, y mejorada por ese hijo de ferroviario, y sin jugar aún un gran partido, uno de esos que identifican a la España incomparable, ha llegado más lejos que en toda su historia. El balón les ha traído hasta aquí.

Al balón se aferrarán para estar el domingo en el Soccer City. El destino final de la tierra prometida para un grupo de jugadores que no sienten vértigo alguno ante el insólito desafío que asumen esta noche al sur de Africa. A Del Bosque tampoco le tiembla el pulso.

Está Alemania. Solamente nombrar ese país evoca a una leyenda. Siete finales de Mundiales ha disputado y tres estrellas doradas protegen su corazón como símbolo de tanta gloria. La primera se la cosieron en 1954 tras ganar en Berna a la Hungría de Puskas, Czibor y Kocsis. La segunda fue sellada en 1974 cuando Beckenbauer, Overath, Hoeness, Breitner, Maier y el Torpedo Muller silenciaron en Múnich la revolución de la naranja mecánica de Cruyff .

La tercera y última estrella alemana data de 1990 en Roma con Beckenbauer, ya como seleccionador, guiando a Matthäus y Klinsmann a la corona.

A todo eso se enfrenta hoy España en el partido que nunca jugó y siempre soñó con ganar, todo un reto. Y todo un país detrás, con toda una ilusión.

ANTE HOLANDA Mientras tanto, ya hay rival para el domingo. Holanda resolvió con dos goles en tres minutos su semifinal contra Uruguay (3-2) y se plantó por tercera vez en la final de una Copa del Mundo, a la espera de que España y Alemania, campeón y subcampeón de Europa, resuelvan mañana su cuenta pendiente en Durban.

Europa tomará el domingo, irremisiblemente, la delantera a Sudamérica en el historial de la Copa del Mundo al asegurarse el décimo título mediante la expulsión del último representante del área, Uruguay, campeón en los años 1930 y 1950, que regresaba a la penúltima ronda cuarenta años después.

Será también la primera vez que un europeo conquiste el título mundial fuera de su continente, algo que solamente Brasil ha conseguido hasta la fecha, y en dos ocasiones. España está ahí, en un sueño tremendo.