Los días, casi un mes viviendo en la universidad de Potchefstroom, se hacían largos. Hasta aburridos. Pero nada extraño ha sucedido en la aventura surafricana de la selección. Ha sido una convivencia tranquila. Tan tranquila que nadie se ha alborotado, ni siquiera cuando Xavi, en un gesto muy futbolero, abroncó en el campo a Ramos por no hacer lo que debía. Todos, incluso el propio defensa andaluz, entendieron que era un mensaje puramente táctico.

Algo parecido sucedió en la semifinal ante Alemania cuando Torres quedó frustrado porque Pedro no le pasó la pelota cuando podía haber sido el segundo gol. Minutos después, fue el primero en despedirle y felicitarle cuando fue sustituido.

Apenas dos días antes de la final contra Holanda, Xavi departía durante casi media hora con un par de amigos. Hablaban de fútbol. Del Jabulani, ese balón envenenado que nadie ha podido dominar, ni tan siquiera Messi, el mejor del mundo que no fue el mejor del Mundial. De fútbol, del Jabulani y de esas largas horas en la residencia universitaria, como si estuvieran preparando la tesis de su vida.

Así ha sido. Unos jugaban a las cartas: la pocha es el deporte nacional para muchos. Otros chateaban con amigos. Algunos, como el hábil Busquets se peleaba con Albiol y Xavi ante la pantalla intentando dominar la Playstation. Otros aprovechaban el futbolín --"no es como los nuestros, no es el de los Billares Córdoba", se quejaba Xavi, otro maestro en este deporte-- para no dejar de jugar partidos. Y la mayoría agotaba las horas libres que Del Bosque les daba después de cada encuentro para estar de cháchara con los compañeros.

A Iniesta y su familia se les vió pasear sin que nadie reparara en él. Al grupo de los ´catalufos´, como les llamó Casillas, el capitán, en tono cariñoso y cómplice, se les solía identificar de inmediato. Porque eran muchos y porque solían ir juntos a muchos sitios.