Plaza de Toros de Cáceres, ocho menos cuarto de la tarde. 41 grados nada menos. La marea roja empieza a llenar el coso ataviada con camisetas, bufandas, banderas, trompetas, tambores y todo lo necesario para apoyar a la roja. A las puertas del ruedo, un grupo de cuatro amigos hacen su pronóstico para el histórico partido.

El más atrevido es Manuel. "España se alzará con el mundial por dos goles a cero", declara. Según avanza el reloj, la plaza está cada vez más abarrotada. Los miembros de la Asociación ARA afirman que "hay el doble o el triple de gente que en los dos anteriores partidos, no cabe ni un alfiler" Son las 20.30. Toda la afición tiene los pelos de punta cuando empieza a sonar el himno nacional y la pelota se pone en juego.

Primeros minutos del partido y los seguidores agotan todo el aire de sus pulmones cada vez que la roja está en posesión de la pelota. Las banderas cada vez ondean más alto y los tambores se escuchan con más fuerza. Final de la primera parte, empate, y para que los ánimos no decaigan los cacereños contaban con la presencia de su particular pulpo adivino Paul, que alentaba a los seguidores para cantar y bailar al ritmo de Manolo Escobar con su ´Que viva España´, Bisbal y el ´Waka waka´ de Shakira, que triunfo entre los asistentes.

Fe total

Todos están convencidos de que "España ganará este partido porque está siendo muy superior a los holandeses y porque la historia nos lo debe" cuenta Víctor.

Arranca la segunda parte. La marea roja cacereña ruge con todas sus fuerzas hasta quedarse sin voz. En los primeros compases la plaza se pone en pie para hacer la ola acompañada de los típicos cantos de guerra ´a por ellos´ y ´yo soy español´. La afición hace temblar los cimientos del ruedo en cada parada del portero español.

"La celebración se hace esperar, pero tranquilos que llegará", pronostica José cuando el arbitro pita el final del partido. La Roja se la juega en la prórroga.Las caras de los asistentes refleja el nerviosismo, a nadie le quedan uñas hasta que en el minuto 115 Iniesta marca el gol del triunfo. La plaza se viene abajo. Locura. En ese momento la celebración está en sus cabezas. Tras el pitido final las lágrimas aparecen en las caras de muchos aficionados y los coches se apoderan de las calles de la ciudad. Gran parte de ellos van al parque de El Rodeo, donde la noche acaba de comenzar.