En una de las modernas autopistas que rodean la inacabable Johannesburgo hay un puente, no muy grande y de color blanco, que la cruza. A la derecha, queda Soweto, el barrio símbolo del apartheid donde todavía malviven cuatro millones de negros. A la izquierda, a tan solo 200 metros, se alza un imponente y majestuoso estadio, el Soccer City, esa modernista calabaza multicolor que acogerá hoy a 94.700 espectadores que asistirán a la inauguración de un Mundial cargado de enorme simbolismo y, al mismo tiempo, salpicado por grandes incógnitas. Es mas que un Mundial. Mucho más.

Más que un Mundial para un continente, Africa, que se enfrenta a un reto descomunal después de que el torneo transitara por uno de los motores de Europa, la pulcra y perfecta Alemania en el 2006, y viajara antes por la moderna y pujante Asia ya que Corea y Japón se exhibieron al planeta en el 2002. El Mundial llega hoy al sur de Africa, repartido por nueve ciudades de un país que todavía cura las heridas de una profunda división racial. Más que un Mundial es también para España, que será la última en llegar y desea ser también la última en marcharse, signo de que habrá podido consagrase con el único título que no tiene; el de campeona del mundo.

CEREMONIA A LAS 14.00 Mientras la selección de Vicente del Bosque se instala en Pochenfoort antes de debutar el miércoles en Durban ante Suiza, el Soccer City albergará la ceremonia de inauguración. Será a las 14.00 horas y durará 40 minutos. Más de 1.500 artistas actuarán en un espectáculo que mostrará, según anunció Lulu Xingwana, la ministra de cultura surafricana, "lo mejor de nuestro talento y creatividad, enseñaremos orgullosos lo mejor de nuestro continente".

Pendientes todos, por supuesto, de que aparezca entre ellos el hombre que cambió la historia del país. Pendientes de que Nelson Mandela, el icono mundial de la libertad y del perdón, se reúna con 50 millones de compatriotas. A la derecha, queda Soweto. A la izquierda, el espectacular Soccer City. Como frontera, un puente y decenas de montones de ruinas de las minas, la huella de la ruta del oro que se vivió en este país a finales del siglo XIX.

Entre esas montañas amarillas, llenas de sedimento donde no crece la vegetación apenas, comenzará a rodar hoy un balón. Un balón como símbolo de que Africa también puede organizar un evento de estas características, el segundo más importante del planeta tras los Juegos Olímpicos. Si China se abrió al mundo hace solo dos años con la cita de Pekín, Suráfrica intenta demostrar que el fútbol, al igual que lo fue el rugby en 1995, puede ser un elemento de cohesión social para ganar la batalla de la inseguridad después de que haya vivido durante 350 años en permanente conflicto racial. Ahora solo lleva 16 años de gobierno democrático.

LA ESPERANZA DEL BALON Detrás de esa pelota correrán 32 países. En realidad, son 32 mundos, que han transformado un deporte simple, un balón y 22 personas peleándose por él, en un negocio colosal para la FIFA, que ha comprometido su prestigio abriendo la puerta de Africa. La pelota se ha convertido en la esperanza de un país de casi 50 millones de habitantes, con 39,5 millones de negros, 4,5 de mestizos, 4,4 de blancos y 1.2 de indios, con una tasa del paro por encima del de 35% y donde el 40% de las personas viven con menos de dos dólares al día.

Aquí se juega un Mundial. Algo más que un Mundial. Para España es el torneo que había soñado desde hace muchas generaciones. Aterriza como campeona de Europa, recogiendo tantos elogios desde el 2008 que da incluso la sensación de que ya besó la Copa en Alemania cuando el dueño del trofeo es la vieja Italia de Lippi. Desde hoy, y durante un mes, Africa es el corazón del planeta.