A la tierra prometida, al Soccer City de Johannesburgo, ha llegado finalmente España. A la tierra prometida que soñó durante generaciones de futbolistas que se ven representadas ahora en este grupo de jóvenes que ha cambiado la selección para siempre. España ya está en el corazón de la gente. Se ha colado en la memoria colectiva por su juego moderno, imaginativo y espectacular que le emparenta con los grandes equipos que dejaron su huella en el fútbol.

Pero España aún no tiene la estrella de campeón cosida en el pecho, junto al corazón. En el sur de Africa busca hoy ganar a Holanda en el último partido para conquistar el Mundial, lo nunca visto antes y, al mismo tiempo, enganchar esa estrella y convertirse en un equipo eterno, erigiéndose en la octava maravilla del fútbol.

Casi lo es ya por el juego que irradia, fusionando las diferentes culturas que han dominado el fútbol. Hay en la España de Vicente del Bosque la esencia de Brasil --el jogo bonito--, el oficio y el tono agonístico de Italia (ha ganado sus tres últimos partidos en el Mundial por 1-0) y la fiabilidad germana: ganó a los alemanes como ganaban ellos toda su vida, con un gol de furia y heroicismo, encarnado en el guerrero Puyol, en un inolvidable cabezazo tras un córner lanzado por su amigo Xavi.

EL MODELO Esa España ha agitado el país espectacularmente y de manera insólita, inundándolo de una marea roja que ha devuelto la alegría en unos tiempos de durísima crisis. El fútbol no cambia la vida de las personas. Ni la mejora ni la empeora. Al menos, la entusiasma. Nadie ha podido apropiarse de una selección que ha huido de viejas confrontaciones ideológicas, incluso políticas, para apostar solo por el fútbol, el buen fútbol, el excelente fútbol.

Nadie se ha apropiado de un estilo que tiene su origen en La Masia, cuyo nacimiento data de la década de los 70 cuando un revolucionario del fútbol aterrizó en el Camp Nou.

Llegó Cruyff y poco podía imaginar España que en ese momento, al final del franquismo, se estaba sembrando la semilla para llegar algún día, casi 40 años más tarde, a la tierra prometida. Si algo tiene la selección española, la que ha unido el país en tiempos tempestuosos, es el ADN del Barça, aderezado con estrellas del Madrid y aportaciones de otros equipos de la Liga. O sea, juega al ataque y respeta a la gente de la mejor manera que sabe. De la única, tal vez. Juegan para el aficionado, juegan como si aún fueran niños.

EL TRIUNFO DEL EQUIPO Y así, huyendo de las estrellas, formando un equipo (todos han jugado en el Mundial excepto Albiol y los porteros Reina y Valdés), Del Bosque ha articulado la mejor selección de todos los tiempos. Esa que se acerca sin miedo al panteón de los elegidos, al lugar donde habitan leyendas como Brasil (cinco estrellas, cinco Mundiales), Italia (cuatro estrellas), Alemania (tres), Argentina y Uruguay (dos cada una), Francia (una) e Inglaterra (una). Ninguna de esas selecciones pisará hoy el Soccer City, ese estadio moderno y multicolor con aspecto de una taza gigantesca que despedirá el primer Mundial celebrado en el continente negro. El Mundial donde se han autodestruido las estrellas (Cristiano Ronaldo, Kaká, Rooney, Etoo, Drogba y hasta Messi) para bendecir el éxito colectivo. Se anuncian, por tanto, vientos de cambio en el fútbol mundial. España y Holanda protagonizarán una final inédita.

Lo que no pudieron conseguir Cruyff y sus colegas en 1974 está ahora en las manos de Sneijder, Robben y Van Bommel, que se han alejado de la ortodoxia del país. Ellos no encarnan el espíritu de aquella naranja mecánica que asombró al mundo con un fútbol total. Ni en Alemania, en el 74, ni en Argentina, en 1978, sin Cruyff en el campo, lograron alzar la copa. Para ellos, es la tercera ocasión.

Para España, en cambio, es la primera. Casi un siglo ha esperado para llegar a la puerta del paraíso. Lo más cerca que estuvo fue hace 60 años cuando Zarra batió en Maracaná a Inglaterra y el franquismo, entonces en sus años iniciales, lo festejó como si hubiera ganado el Mundial.

LA ULTIMA UTOPIA En ese tránsito de más de medio siglo, el deporte español abandonó su carácter amateur donde nada de lo que es ahora, una potencia mundial, habría sido posible sin pioneros como Bahamontes (ciclismo), Santana, (tenis) Nieto (motociclismo), Ballesteros (golf) o, entre otros, el malogrado Fernando Martín, el primero que derribó la puerta de la NBA.

Ahora, el éxito es parte de la vida cotidiana. Cuando no gana Nadal (número uno del tenis), triunfa Alonso (bicampeón mundial y con un Ferrari entre sus manos), deslumbra Gasol (dos anillos de la NBA jugando para los Lakers) o la selección de fútbol alza la Eurocopa y la de baloncesto se baña con la plata olímpica y el Mundial.

Derribadas todas esas fronteras que resultaban utópicas, solo falta una para completar el círculo perfecto del deporte español. Si la selección derrota a Holanda será coronada para siempre. Como decía ayer Xavi a este diario en una conversación con Puyol, "no queremos ser otra naranja mecánica, queremos ser los campeones". Han recorrido medio mundo mimando el balón para llegar a la tierra prometida, esperando que Cannavaro le entregue hoy la Copa y luzcan la estrella que le falta para acabar con la utopía.

Hoy se paralizará España por una excelente causa. La causa de su selección de fútbol. Será una cuestión nacional. Una cuestión mundial, sin duda.