Tiene el fútbol la justicia poética que merece. Tiene el fútbol la justicia poética de una selección, la de España, que está tocando el paraíso. Jugó de cine, ganó como los alemanes, con un testarazo épico de Puyol, y mostró al planeta que el amor a una pelota te lleva hasta el final del mundo. Tal cual. Hasta el domingo cuando se enfrente a Holanda en la final que jamás ha disputado después de ganar a Alemania con una grandeza tan espectacular como emocionante.

Desde anoche, desde que Alemania lloró fuera lo que no supo defender en el campo, hay un lugar para una España bella, armónica, fiel a una idea, fanáticamente fiel a un estilo que le ha trasladado a la puerta de la eternidad. Poco importa si había más o menos jugadores del Barcelona, siete, incluido el maravilloso Pedro o Pedrito en una alineación que se recitaba de memoria. Pero Del Bosque, un tipo más osado y atrevido de lo que desprende ese bigote canoso, sentó a Torres (pobre Mundial el suyo) y puso a Pedro.

GRAN FUTBOL Empezó el partido, una semifinal del Mundial, y España jugó como España. De tal manera era su fútbol moderno, coral y asociativo, que intimidó a Alemania. A la Alemania que había asombrado en Suráfrica. Pues la convirtió en un equipillo de andar por casa. Había pasado media hora de partido y en el mundo se preguntaban quién era ese pequeño vestido de rojo que sembró el pánico entre los alemanes. Sí, era Pedro. O Pedrito. Había pasado media hora de partido y España era una marea roja que se extendía silenciosamente por el césped.

ADIOS AL MITO ALEMAN Poco a poco, pase a pase, tejiendo aquí y allá, con paciencia franciscana, vestidos con el frac, hacían deslizar el balón con el arte que solo tienen los genios. Así ofreció la selección de Del Bosque una verdadera exhibición. En ese momento, el resultado era lo de menos, lo maravilloso era el viaje al placer futbolístico que exhibía un equipo parido desde la imaginación y la solidaridad.

Donde fue tan importante la electricidad de Pedro como la astucia de Busquets, los pulmones de Xabi Alonso, las decisivas manos de Casillas cuando más lo necesitabas o ese cabezazo, ya eterno en la memoria de un país, de Puyol, el viejo capitán que se resistía a no entrar en la historia. España podía ir ganando tranquilamente el partido en la primera mitad, pero no acertaba con el gol. Y el viejo mito de que los alemanes siempre acaban ganando, emergía inevitablemente en el recuerdo de todos. Pues no. Estos chicos sin complejos, estos Nadal, Alonso o Gasol del fútbol, han terminado con todos los mitos.

UNA NUEVA ERA A través de ese indisimulable amor que tienen al balón y a su oficio (ninguno va de divo ni pone poses de estrella), España estaba rozando la gloria. Se llegó al descanso y los alemanes resoplaron. Uff, ha pasado lo peor. Debieron pensar. Se equivocaron. En la segunda mitad, un torrente de fútbol y emociones se precipitó anoche sobre el césped de Durban aguardando que llegara la jugada que cambia para siempre la historia del país. Ya no existirá Zarra. Ni el recuerdo de Maracaná en 1950. Ni la pérfida Albión, aquella famosa frase que inmortalizó Matías Prats padre.

Todo ha quedado hecho cenizas por este irrepetible grupo de jugadores, criados en La Masia la gran mayoría, que han roto el mito de que España siempre jugaba bien, pero nunca ganaba nada. Anoche, en Durban, mientras Alemania lloraba desconsoladamente, rendida ante la evidencia de que los alemanes, tal vez, sean otros, Puyol gritó con rabia el gol que corona una carrera extraordinaria.

FINAL INEDITA Y el domingo, Holanda. Será una final inédita. Habrá, por tanto, un campeón nuevo. Y se terminará, al mismo tiempo, esa tradicional maldición europea que impedía conquistar el Mundial fuera de su continente. Lo que no se olvidará jamás es que España construyó hace cuatro años, sí con la eliminación en el Mundial de Alemania ante la Francia de Zidane, una bella historia de amor con el fútbol.

Pero no hay nada más valioso para España que haberse colado definitivamente en la memoria del mundo. Por su fútbol, por su estilo, por su actitud y por algo tan simple como creer hasta el final en lo que realmente era. Una inolvidable selección de fútbol. Empezó perdiendo en Durban ante Suiza y aquí, en Durban, derribó a Alemania y levantó un monumento al fútbol.