En 1965, tras la muerte de su padre, Manuel Jiménez se traslada a Belvís de Monroy a ocupar su plaza de médico que mantiene hasta el día de hoy. Después de 38 años ejerciendo su profesión, el Ayuntamiento de Belvís ha aprobado en un pleno extraordinario solicitar al Gobierno la concesión de la medalla de oro del mérito al trabajo para él, un reconocimiento para el que en estos días se recogen firmas.

¿Qué ha sentido al conocer la noticia?

-- Me siento abrumado por la petición de la medalla, y no es falsa modestia, considero que es inmerecida.

¿Cómo ha recibido su jubilación después de trabajar durante casi 40 años?

-- Es una sensación difícil de definir, es una ruptura abrupta. Sabes que no es una etapa de tu vida sino lo que ha sido tu vida que ahora se cierra. Ser médico, en mi opinión, no es una profesión sino un estado. En lo que a mi concierne creo que seré médico siempre, haga lo que haga, y esté donde esté.

¿En qué aspectos cree usted que ha cambiado más el papel del médico rural?

--A mi juicio tres factores condicionaban el trabajo de los médicos titulares: el aislamiento, la soledad y las guardias de 24 horas los 365 días del año. Además había que hacer desde la asistencia a partos, pasando por traumatología, cirugía etc. Hoy, como es obvio, todo ha cambiado y mejorado. A los médicos de atención primaria se les ha liberado de la esclavitud de las guardias de 24 horas, habiéndose humanizado el ejercicio de la medicina rural, que, por otra parte, ha ganado en rapidez y eficacia.

¿Tiene la sensación de haberse perdido muchas cosas debido a su trabajo? Nos han contado que durante los primeros 20 años de trabajo no disfrutó de vacaciones?

--No fui consciente; me di cuenta después de que a mi familia no le había dedicado el tiempo que se merece. A mis hijos y, sobretodo, a mi mujer, porque la mujer era la auténtica víctima de la profesión del médico rural.

Cree que ahora es el momento de enmendarlo?

--Si, creo que nos sucede a todos los que tenemos profesiones tan absorbentes cuando nos jubilamos.