Llega la cifra y las palabras, de tan repetidas, se antojan insuficientes. La noche del domingo, una mujer fue asesinada por su pareja en Valencia. Con la confirmación oficial pasará a ser la víctima número 1.000 desde que, en el 2003, se inició el registro oficial de violencia machista en España. Mil mujeres. Mil vidas segadas que merecen mucho más que las cifras de una estadística. En su memoria, EL PERIÓDICO publicó ayer el nombre de cada una. Por ellas, no podemos dejar de denunciar un terror que interpela a todos los sectores de la sociedad.

A pesar de su frialdad, la estadística se convierte en el argumento más potente contra los que pretenden negar la violencia machista. ETA asesinó a 864 personas en 40 años. En solo 16, los hombres que han matado a sus parejas o exparejas en España han superado la cifra. Tratar de ubicar esos asesinatos en el ámbito privado o familiar es la gran trampa del machismo estructural. Varían las manos que lo cometen, también los métodos utilizados, pero todos estos asesinatos, y otros que no quedan enmarcados en los supuestos previstos por la ley, vienen regidos por un mismo sesgo ideológico: hombres que se creen propietarios de los cuerpos de las mujeres.

Ante la desolación de la cifra cabe un minuto de recuerdo para las víctimas, pero ni un segundo de descanso en el combate. No son admisibles más dilaciones; el pacto de Estado acordado en la legislatura pasada debe abordarse en su totalidad. Son muchas las áreas de trabajo. Desde prestar más apoyo y protección a las víctimas para que se animen a denunciar hasta formar adecuadamente a policías, abogados de oficio, fiscales y jueces para evitar algunos de los errores que se cometen. Y, por supuesto, educación. Formar a los niños y niñas en la igualdad es imprescindible para reducir el machismo.

Pero la realidad nos indica que la empresa no es sencilla. Solo una sólida educación en valores puede contrarrestar algunos de los mensajes que, como la pornografía, llegan sin filtro, creando y consolidando relaciones en las que se reserva la sumisión para la mujer y la fuerza para el hombre.

En España se ha avanzado de forma firme en la igualdad, pero la aparición de la ultraderecha representa una amenaza. Mientras su discurso está dirigido a restar credibilidad a las víctimas, hoy, hay mil mujeres que ya no podrá rebatirles sus argumentos. La sociedad debe hablar en el nombre de ellas.