104 kilómetros por carretera. Esa es la distancia exacta que hoy me separa de ti. 104.000 metros imposibles de recorrer. Un camino que hubiera resultado más que asequible en condiciones normales. Una senda que he recorrido en incontables ocasiones. Una meta a tiro de piedra. Una travesía que, hoy, se ve interrumpida por las obligaciones del confinamiento. Apenas tardaría una hora y diez minutos en llegar a casa, si la recorriese en coche. Y cerca de las dos, si fuese en autobús. Pero, tristemente, no será algo más de una, ni cerca de las dos. Porque aún no tengo ni siquiera la certeza de cuántos días, o cuántas semanas, faltarán para que se pueda recorrer el camino, para que pueda pulsar el timbre, en espera de que alguien abra la puerta, para correr por el pasillo hasta encontrarte y poderte dar, por fin, todos los achuchones y besos que me he ido guardando durante estos dos meses.

Me consuela saber que estáis todos bien, y que podré dártelos, más pronto o más tarde. Porque los besos y abrazos, cuando son de verdad, se mantienen bien en la alacena del alma. Porque el cariño en conserva no caduca, sino que se hincha y dulcifica. Y quiero que sepas que, aunque la tecnología nos permite escucharnos y vernos a diario a través del cristal templado de las pantallas, cada día me doy una ducha con nuestros recuerdos compartidos. Y que, a menudo, me rebozo, gozoso, en la harina fina de la memoria. Y que, mientras lo hago, te sigo viendo junto a mí cuando aprendo a leer en el Micho o cuando pedaleo a lomos de una pequeña bicicleta blanca. Y que me encuentro a mí mismo, de nuevo, subido en tus pies o cogido en brazos mientras me enseñas a bailar y damos vueltas y vueltas por el salón. Y que aún te escucho respondiendo a mis infinitos porqués, animándome frente a las adversidades y prendiendo la esperanza de un mañana que parecía inalcanzable. Y que ni siquiera ahora se me borran del paladar el sabor de tu guiso de papas o espárragos, del escabeche de pencas, del Plato Rico o de la tarta de moca. Y que continúo sintiéndote a mi lado cuando los miedos de la imaginación infantil acechan en la oscuridad, y en ese largo período de tiempo en que tuve que apoyarme sobre dos metálicas muletas, y, cómo no, aquel día inolvidable en que, bellísima, me acompañaste hasta el altar.

Por eso, porque te tengo presente cada día, porque sé que no hay amor más puro y generoso que el de una madre, o un padre, para con sus hijos, porque me siento bendecido solo por el hecho de tenerte y saber que estás ahí, quiero decirte que este hijo nunca podría haber soñado tener una madre mejor que la que tiene. ¡Te quiero con todo mi corazón, mamá! ¡Feliz Día de la Madre, con un poquillo de adelanto! tae. *Diplomado en Magisterio