Hay simetrías envenenadas. Para muchos analistas, el siglo XXI comenzó realmente el 11 de septiembre de 2001, cuando dos aviones pilotados por terroristas impactaron con las Torres Gemelas de Nueva York, causando 3.000 muertos y poniendo en marcha la cruzada de George Bush jr contra el terrorismo global. Ese atentado ponía fin a la era de optimismo de los años noventa, en los que vimos la transición a la democracia de las dictaduras prosoviéticas y su integración en la Unión Europea, en una época de bonanza económica en el que la socialdemocracia parecía el modelo que superaba, en síntesis hegeliana, las oposiciones entre capitalismo y comunismo, tomando lo mejor de cada sistema.

Los atentados de Al-Qaeda consolidaron el liderazgo de un Bush que meses antes había ganado por escaso margen y graves sospechas de irregularidad la elección contra Al Gore, le dieron carta blanca para intervenir en Afganistán y envalentonaron para atacar Irak. Quince años después, el 9 de noviembre de 2016 conocimos que, contra casi todo pronóstico, Donald Trump había vencido a Hillary Clinton. Su victoria marca la imposición en el principal centro de poder del mundo de una visión del mundo basada en el nacionalismo extremo, la xenofobia y la fuerza bruta. La extrema derecha europea, hasta hace unos años marginal, saborea de antemano lo que puede ayudarles la inevitable tendencia transatlántica: lo que triunfa en USA acaba triunfando en Europa, por muy grotesco que sea. Desde Nigel Farage, el líder del UKIP, que colaboró en la campaña de Trump, hasta Marine Le Pen y Frauke Petry, lideresas del Frente Nacional y Alternativa por Alemania, todos están exultantes. Entre 2002 y 2003, frente a los planes belicosos de Bush, apoyados por Blair y un perrito faldero llamado José María Aznar, Europa asistió a manifestaciones populares sin precedentes. La guerra de Irak tuvo lugar, convirtiendo al que había sido uno de los países más prósperos de Oriente Medio en un infierno para sus habitantes y en cuna de terroristas.

Pero la visión de Bush no pudo imponerse y el rechazo que suscitaba su política, que llevó a la crisis financiera a EEUU y de rebote a Europa, facilitó la victoria de Obama, que condujo a su país a recuperar su economía y su crédito internacional. Solo una oposición frontal a Trump puede salvar al mundo de un retroceso a la barbarie de consecuencias imprevisibles. Al menos en Francia, la eliminación definitiva de Sarkozy, que con su postura xenófoba (él, hijo de un inmigrante húngaro) alimentaba al FN, es una buena noticia.

* Escritor y profesor