WCw uando un personaje con tan escasa relevancia política como el pastor Terry Jones es capaz de atraer la atención de medio planeta con sus delirios islamófobos hay que convenir que los fundamentalistas de las confesiones del libro han ocupado el puente de mando. Del lado de las diferentes iglesias cristianas, porque el clérigo de una congregación con menos de cien feligreses ha logrado poner de su lado a todas las corrientes que denostan al islam. Del lado de los creyentes musulmanes, porque el sermón de ayer en muchas mezquitas se convirtió en una arenga incendiaria contra Occidente. De parte de los ultraortodoxos judíos, porque atrae nuevos adversarios a la remota posibilidad de un acuerdo global de Israel con el mundo árabe-musulmán, incluida la creación de un Estado palestino.

Es una simplificación sostener que el éxito de Jones es solo un reflejo de hasta qué punto cualquier iluminado puede desquiciar una situación mediante el recurso a las redes sociales y a los medios informativos on line. Más cercano a la realidad es considerar cuanto procede de la histeria desencadenada por Jones como un síntoma más del desajuste de los últimos veinte años, de la ausencia de un estatu quo capaz de encajar la libertad religiosa, la libertad de pensamiento y las relaciones entre los estados. Hace falta un paradigma o modelo dentro del cual Jones y sus émulos --que ya los hay-- pasen desapercibidos.

Que el pastor renuncie a última hora a quemar ejemplares del Corán no tranquiliza el noveno aniversario del 11-S, tampoco contribuye a serenar los espíritus y calienta los ánimos de los más exaltados. El episodio reaparecerá en la campaña electoral de Estados Unidos --mezclado con la polémica de la mezquita de la zona cero-- y será útilizado como muestra de debilidad por los ultraconservadores cristianos. Los islamistas volverán a la carga en cuanto estimen dañado el respeto a su fe. Y los partidarios de la sensatez y el rigor ético se verán superados por los promotores de lo políticamente correcto.

El discurso de Barack Obama en El Cairo, en junio del año pasado, que quiso tender puentes con el orbe musulmán, no encaja en esa realidad implacable. La escalada excluye a los pacificadores.

En este escenario, Nueva York se prepara para celebrar hoy uno de los aniversarios de los atentados del 11-S más complicados. Se espera una participación multitudinaria en las manifestaciones a favor y en contra del llamado proyecto Park51 que se han convocado en el sur de Manhattan tras los actos oficiales. Solo cabe esperar que la tranquilidad impere.